Las garzas del Ferrera
José Busto
Lunes, 2 de junio 2025, 00:00
Una garza defecó en mi hombro el otro día mientras paseaba por el parque a mi perra Furiosa. Comenzaron a anidar hace dos o tres ... años y son el asombro de niños, perros y mayores. Las contemplamos pasmados con sonrisa de dibujo animado ridículo y dicharachero y hasta les hacemos mohines buscando su reacción. Son unos animales extraordinarios. Te miran como si vinieran de una dimensión altiva e improbable y nos recuerdan que la vida significa algo, pese a ser este un simple asunto de probabilidades.
Me hizo pensar en lo mucho que admiramos a quien le importamos una mierda. Nos encanta lo inalcanzable. Lo que no se inmuta. Lo que no nos necesita. Como si el desapego fuera una forma de existencia superior. Las criaturas que nos hechizan son las que no devuelven la mirada. Como si al no reconocernos, de alguna forma inexplicable, nos validaran aún más. Asumimos necesaria la inercia tóxica de mendigar atención al que nos ignora. Por eso idolatramos las redes sociales. Porque están llenas de garzas. Bellas como la pareja que nunca tuvimos. Remotas como dioses japoneses iracundos. Etéreas como las maracas de Machín. No te siguen, no responden, no te leen; pero tú ahí, likeando compulsivamente y comentando emoticonos, esperando una señal de atención, un corazoncito miserable o, llegado el caso, una deposición en tu hombro con la elegancia de su plumaje gris perla y el primor de su cuello estirado.
Hay algo abismal y contemporáneo en el talante de las garzas. Hacen lo que quieren, cuando quieren y donde quieren. Se parecen a un algoritmo con alas diseñado para captar nuestra atención sin devolvernos nada a cambio. Aletean con precisión clínica. Como si cada vuelo fuera un anuncio. Olfatean patrones, posan sin saber que posan y provocan respuestas automáticas en nosotros. Asombro, foto, story, emoji. No interactúan contigo, pero tú crees que ha pasado algo. Exactamente igual que cuando supones que TikTok o Facebook te entiende. No lo hace. Ha sido entrenado para secuestrar tu atención. Las garzas también. Solo que ellas no necesitan wifi.
Y mientras tanto, caminamos con el cuello torcido buscando sentido al latido de nuestros pequeños corazones, pero seguimos procediendo como si estuviéramos cansados de estar vivos o la misma vida nos aburriera y necesitáramos influencers para que nos saquen del piloto automático de no saber qué significa nada. Haciendo cola para que algo nos caiga del cielo como si fuera un plan de vida nutritivo y auténtico. El mundo se deshace a nuestros pies y nosotros haciendo scroll.
El parque Ferrera se ha convertido para mí en una metáfora bastante decente de nuestra civilización. El verdadero excremento de esta historia es nuestra autoestima. Éramos niños con el corazón atiborrado de preguntas, las rodillas marcadas de aventuras y la cabeza poblada por mundos llenos de poesía. Ahora solo pedimos que no llueva y nos basta con que el día pase lo más rápido posible. No deberíamos tener miedo al fracaso, sino a la irrelevancia de una vida desperdiciada.
¿Tienes una suscripción? Inicia sesión
Comentar es una ventaja exclusiva para suscriptores
¿Ya eres suscriptor?
Inicia sesiónNecesitas ser suscriptor para poder votar.