Guayominí deconstruye Hamlet
José Busto
Crítica teatral
Viernes, 20 de junio 2025, 00:02
Hamlet apesta como los pies de esas estatuas cristianas que los fieles llevan siglos besando e impregnando de fluidos. Tanto tiempo en el altar del ... teatro universal lo ha transformado en una letrina a la que cuesta acercarse sin reparos. Guayominí se pregunta, estropajo en mano, si aún late algo vivo bajo esa costra inmunda.
La dramaturgia a tres manos de Patricia Rodríguez, Arantxa Fernández y Hugo Manso hibrida el original con una performance sobre el canon, el papel del público y la dificultad de representar la duda en escena. Es chispeante, aunque el tercer acto pierda fuelle. La presentación de los actores como Hamlet ya marca un desmantelamiento del pacto ficcional. El ser o no ser muta en ritornelo cómico para problematizar el aura shakespeariana y la crisis entre legado y renovación. Los actores encarnan posiciones ideológicas e incorporan al público como eje del conflicto. El dilema moral se desvía hacia el dilema estético de respetar o deconstruir.
La pieza se sostiene en una sucesión ágil de escenas breves, interrupciones cómicas, musicalización estratégica y silencios que funcionan como pausas de expectativa. Soslaya lo psicológico para explorar lo metateatral. El elenco juega a ser Hamlet con material propio. Funcionan como mediadores culturales al explicar datos sobre la obra, conductores de escena al decidir qué mostrar y actores que niegan a los personajes con una lógica brechtiana. Un Hamlet fragmentado que desnuda su verdadera genialidad. Nadie puede abarcar Hamlet porque Hamlet no es uno. Alabado sea el Señor.
El oído escénico de Hugo Manso es digno de estudio. Hay algo profundamente generoso en su forma de actuar. Lee al público con la eficacia letal de un francotirador. Cómo remata silencios, recoge risas al vuelo y convierte cualquier disonancia en gag. No interpreta personajes, los negocia en tiempo real con la audiencia. Fantástico.
Patricia, que emigró a Londres como una de las mejores cómicas asturianas, regresó empapada en Shakespeare y en esa capacidad de las actrices inglesas para sostener la emoción sin desbordarla. Da gusto verla. Desparpajo asturiano y técnica británica que funcionan como un cóctel molotov. Explosiva.
El humor de Arantxa viene de otro lugar. Nace del gesto compartido, de la empatía y de la complicidad. Nos regaló el mejor gag. Cuando su personaje intenta mantener el tipo en inglés. Su forma de entrar y salir del personaje buscando apoyo y comprensión en el público. Esa mezcla hábil de torpeza deliberada y entrega total convierte la escena en una explosión de carcajadas por cómo nos hace ponernos en su pellejo. Divina.
La escenografía espectral y operativa de Tamara Norniella estuvo a la altura de la propuesta. Lo mismo que el diseño de luces y el espacio sonoro de Alberto Ortiz. Fue capaz de construir atmósferas dinámicas y envolventes que de lo contrario hubieran herido de muerte al montaje. La ejecución de efectos y transiciones varias, impecable. Y el vestuario de Azucena Rico perfecto y poético, como siempre. Público desaforado en el Teatro Palacio Valdés. Como en un concierto de AC/DC. No se la pierdan. Mejor en un teatro.
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