El caso Villar va a la farmacia
José Busto
Viernes, 10 de octubre 2025, 02:00
Siempre he defendido que la química es nuestra amiga, como el profesor Walter White del instituto Wyne de Alburquerque, Nuevo México. Técnicamente es el estudio ... de la materia, pero él prefería verla como el estudio del cambio. Y para Patri Caso, directora y dramaturga del montaje que nos ocupa, uno de los pocos puntos de encuentro entre generaciones es el nombre comercial y el principio activo de los ansiolíticos, antidepresivos e hipnóticos que nos recetan. Parece un chiste envenenado porque lo es. Antes solo una canción era capaz de romper la brecha generacional. Ahora tenemos la farmacología. Madres e hijas compartiendo dialecto pastillero y diagnóstico siquiátrico. Aunque la diferencia estriba en el grado de resignación o inadaptación del consumidor.
'Aburrimiento vocacional' es un monólogo fantástico que funciona como manifiesto sobre la vocación y el aburrimiento y disecciona la precariedad afectiva y laboral de los veinteañeros. Brilla en su oralidad contemporánea, su humor incómodo y en su agudeza a la hora de focalizar nuestra mirada para dosificar qué contemplamos, cuándo lo hacemos y durante cuánto tiempo. Para conseguir esto se necesitan buenos recursos técnicos y Patri lo hace muy bien.
La puesta en escena, la dirección, el diseño de luces y el espacio sonoro asumen un formato performativo y brechtiano sin complejos y con un desparpajo envidiable. El extrañamiento opera por acumulación. Se nombra la convención, se revelan los mecanismos, se corta el flujo emocional a machetazos y se devuelve la pelota a nuestro tejado para recordarnos todo el tiempo que estamos mirando.
Con apenas dos sillas y unos pocos objetos más se construyen aulas, pasillos, consultas, habitaciones, coches, portales, discotecas y hasta borrachos. Cada reconfiguración es un recordatorio de que la ficción se fabrica aquí y ahora con herramientas mínimas. El distanciamiento no congela la empatía, la afina y la hace elegible para que surja una verdad más ancha que el realismo. Dos sillas bastan como metáfora del deseo de estar y el deseo de sentarse a escuchar para convocar la atención y el pensamiento activo. Objetivo conseguido con creces.
Laura Ubach construye con puntería, naturalidad y mucho poderío a la protagonista consciente de sí misma y de su precariedad. Consigue trasladar al patio de butacas, sin distorsiones, la herida generacional de su costado. Relaciones tóxicas, la gestión de las expectativas imposibles que han volcado sobre ella sus padres y la sociedad y, sobre todo, el aburrimiento y la pereza que le produce este tiempo antropófago con el que deben lidiar los de su generación.
Laura no necesita hablar para que el aire se pase por el forro la entropía y se organice alrededor de su figura. A esta chica le ha sido otorgado el don de la presencia escénica. Y aún a riesgo de resultar paternalista, como buen representante que soy de la generación boomer, te diría que no lo desperdicies, querida, sería una pena.
Público muy joven en el Teatro Palacio Valdés, conectado y conmovido como un solo corazón. Quince minutos de aplausos, bravos y silbidos al finalizar. Si te importa algo lo que les pasa a los que van a pagar tu pensión, más te vale no perdértelo, caimán.
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