La Westia cabalga de nuevo
José Busto
Viernes, 6 de junio 2025, 02:00
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José Busto
Viernes, 6 de junio 2025, 02:00
Sale uno de ver 'Saudade' con el pecho de mantequilla y ganas de escribirle una carta de amor atormentado a alguien que no la espere, ... que entienda tu caligrafía de colegial y que sepa leer entre líneas. Viendo cómo está el patio es hasta revolucionario.
La Westia se lanza al mar resacoso de Pessoa pertrechada con un dispositivo escénico ambicioso, tierno y tan melancólico y oblicuo como el sol de Lisboa, que es un sol que se cuela por las persianas de una infancia extraña y confusa. No es fácil traer a escena a un hombre cuyas múltiples personalidades tenían patente de corso firmada por él mismo para saquear sus neuronas alcohólicas.
Ici Díaz no propone literatura. Es una historia de amor sin instrucciones donde el amor duele, los poetas son simuladores y las cartas de amor deben ser ridículas para ser verdad. Se acerca a Pessoa sin solemnidad. Como te acercas a alguien a quien quieres y entiendes a ratos. Con ternura, ironía y lucidez. Su dirección navega firme entre la evocación poética y la emocional. La idea de los heterónimos en guerra entre sí se materializa con acierto y es una estrategia dramática efectiva. Las transiciones fluyen sin atascarse sostenidas por un ritmo que, sin ser trepidante como a mí me gusta, dosifica muy bien el misterio. Su libreto, original y de escritura estable, se nutre de la correspondencia entre Pessoa y Ofelia Queiroz, fragmentos poéticos y una estructura de entrevista que funciona como columna vertebral. Hay riesgo e inteligencia.
Mucha química y juego entre el elenco. Francisco Pardo borda a Pessoa. Xana del Mar e Ici comparten el papel de Ofelia en distintas edades con precisión milimétrica. Xana, magnética, como nos tiene acostumbrados e Ici, bien dosificada, nunca pierde el norte. Isabel Marcos, con esa voz rota que adoro, regala uno de los momentos más sublimes cuando manda al diablo a todo lo que se menea. Y qué decir de César Alonso. Matemático y roba planos de libro. Cada vez que entra en acción, sube el Bitcoin. Naturalidad, carisma y una comicidad medida, como debe ser.
Poco se habla de Cristina Busto en esta región. Sus audiovisuales, lejos de ser un adorno, se integran en la dramaturgia sin interrumpir ni subrayar lo evidente añadiendo capas de sentido, textura emocional y una poética visual que se fija en la retina. A veces son fado, a veces memoria y a veces esquizofrenia para que el texto cale más hondo. Poéticos, preciosos y cargados de saudade. Bravo.
La escenografía de Nuria Trabanco prometía magia, pero exigía un diseño de luces a la altura del riesgo propuesto, y eso no se dio. Una pena. Porque el texto y la dirección sí que dan en la diana. Como en ese duelo de avioncitos donde el amor se escribe con la pasión de quien todavía no sabe que se romperá.
El vestuario de Azucena Rico una maravilla, como siempre.
Público entregado en el Teatro Palacio Valdés. Suspiros, risas y silencio respetuoso. Muy recomendable.
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