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Decía el presidente del Principado, Adrián Barbón, que su Gobierno tenía un marcado carácter político. Esto es, a diferencia de la legislatura anterior donde consideraba ... que predominaba lo técnico, en la actual sobresalía el perfil negociador de los miembros de su Ejecutivo. Sin embargo, no lo estamos viendo por ninguna parte. Llevamos ya dos dimisiones de consejeras, precisamente por eso: no saber moverse por las turbulentas aguas de la política. De hecho, fíjense lo que le sucedió a la que fue consejera de Transición Ecológica, Industria y Comercio, Berlamina Díaz. Ante la tragedia de Cerredo acudió a la Junta General con una defensa singular de su gestión. No se le ocurrió otra cosa que decir que la mina estaba como «el peor de los chamizos», cuando era responsabilidad suya que no fuese así. Resultado: palos y más palos que acabaron con su dimisión. Pues bien, ahora la torpeza fue obra de la exconsejera de Educación, Lydia Espina. A nadie que conozca este sector –y ella debería saberlo de sobra, por ser docente– se le pasa por la cabeza quitar un derecho a los profesores. Hablamos, por supuesto, de la famosa hora de la jornada reducida en junio y septiembre. Resultado: abrió la caja de Pandora. La enseñanza le está echando un pulso al Gobierno asturiano y, de momento, se lo está ganando. Solo hay que ver, no solo la dimisión de la propia Espina, sino como el consejero de Hacienda, Guillermo Peláez, y la vicepresidenta asturiana, Gimena Llamedo, eran apabullados por el recrudecimiento de la protesta. En resumen, estamos ante una crisis en toda regla.

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