La continuidad del horror
José María Caso
Crítico teatral
Sábado, 10 de mayo 2025, 02:00
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José María Caso
Crítico teatral
Sábado, 10 de mayo 2025, 02:00
Eso de ir redescubriendo, también resignificando, objetos, fotografías, artefactos, les llaman en el texto, de cajas o lugares olvidados —en la escena, practicables, trampillas, escotillones, ... movimiento y pliegues de estructuras articuladas— es muy del dramaturgo Sergio Peris-Mencheta. Así le definió hace unas semanas en el Niemeyer su amigo y compañero de artes, el igualmente estupendo dramaturgo Juan Diego Botto. Y así lo reconocimos este pasado jueves —ayer fue la segunda— en el estreno en español de Blaubeeren de Moisés Kaufman y Amanda Gronich (2024) en el Palacio Valdés.
El montaje es una polifónica narración de teatro-documento, con música en directo además de los siete intérpretes del elenco, sobre un álbum de fotografías que inmortalizan la vida corriente de los verdugos en torno al campo de exterminio nazi de Auschwitz. Ellos comen arándanos (blaubeeren, en alemán), toman el sol, reciben y envían telegramas, por ejemplo, igual que siguen creciendo los álamos o los abedules del bosque en su «desconexión de la realidad de dentro con la de afuera» mientras la maquinaria del genocidio sigue expulsando al aire los restos de los otros cuyos objetos, fotografías, artefactos se apilan en distintos montones aunque en el mismo lugar.
Peris-Mencheta cuenta el texto de Kaufman y Gronich en dos actos con una magistral transición cantada y desfilada por la impecable actuación de Clara Alvarado, Víctor Clavijo, Eric de Loizaga, Nacho López, Irene Maquiera, Natxo Nuñez, María Pascual y Paloma Porcel, que terminan, ya al final, contra el foro en formación musical cada uno con su instrumento, para las destacadísimas composiciones de Joan Miquel Pérez, entre manos como realidad palpable. Eso después de haberse transfigurado, merced al buen vestuario de Elda Noriega, en investigadores, responsables de museos, nazis de alta y baja graduación y descendientes de estos asumiendo las mentiras y torturados por las responsabilidades siempre evanescentes para tantos.
Nosotros, desde la platea, volvemos a aquello de que quién es más detestable y bárbaro si el que ordena o el que consiente mientras nos sobresaltamos al oír cerrarse las puertas de un escenario transmutante de Alessio Meloni, bien ayudado por el atrezo de Eva Ramón, bajo la impecable iluminación de Pedro Yagüe, perfectamente ensamblada con los audiovisuales de Emilio Valenzuela y el sonido de Benigno Moreno. Otra cosa es lo que le deben a 1936.
Estos Blaubeeren, en la alta poética de Peris-Mencheta, enlazan perfectos con aquella Continuidad de los parques, aquí quizá contigüidad del horror, siguiendo a Pujol, Cortázar, Conrad, Coppola. Y, por supuesto, a Adorno.
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