En el Catecismo del padre Astete que estudiábamos de niños, un infante preguntaba por los misterios del Credo a su asesor espiritual, que respondía: «Eso ... no me lo preguntéis a mí, que soy ignorante; doctores tiene la Santa Madre Iglesia que os sabrán responder». Con lo que al fiel creyente, es decir, a cualquiera de nosotros, niños sin recursos mentales, se nos remitía al criterio de autoridad de unos sabios doctores cuyo criterio era tan válido como un axioma acientífico. Aquello venía a ser un '¡nene!, alístate a la manada de borregos ignorantes, obedece el dictado del cabecilla y deja de tocar el flautín'. Y así ingresamos en la vida comunitaria con un enigmático Credo implantado a troquel en el seso. Nos fiábamos de los doctores jefes, y esa traba mental impedía, y aún impide, que adoptáramos decisiones correctas para guiarnos en la vida con la razón y la lógica. Para ejemplificar el caso, ahí va un suceso reciente. Hay un pastor sudafricano llamado Joshua Mhlakela que predijo que Jesucristo regresaría este mes a la tierra para llevar consigo al cielo a sus fieles creyentes, «to take believers to heaven». El Mhlakela es un sabio pastor que al parecer mantiene contacto directo con la divinidad, lo que le convierte en un gurú infalible para sus seguidores. Joshua Mhlakela afirmó haber visto a Cristo que, sentado en el trono, decía 'clear and loud', 'bajaré pronto', 'I am coming son'. Pero del cielo nunca bajó ni Cristo ni nadie, si acaso los añicos de algún satélite chino. Aunque algunos seguidores del profeta, borregos de la manada creyente, se fiaron de las palabras del jefe visionario, y se dedicaron a vender sus pertenencias para viajar al Edén, libres de ataduras. Pocos de ustedes recordarán a otro listo, aquel Jim Jones, cuya leyenda viene aquí como anillo al dedo para explicar por qué no se debe seguir con fe ciega a un macho alfa. El tal Jim Jones, pastor protestante, fundador de la secta Templo del Pueblo, gracias a su poder de persuasión consiguió batir el record histórico de suicidios colectivos. El reverendo buscó un refugio seguro para huir de un supuesto y muy cercano apocalipsis, y por eso reunió a sus borregos en la aldea de Jonestown, paraíso sito en la selva de Guyana. Y para que la cosa tuviese un final adecuado a la predicación previa, el 18 de Noviembre de 1978 ordenó a los suyos consumir unos culinos de cianuro. Los 917 muertos resultantes dan fe de que obedecer el dictado de los doctores jefes no siempre es el mejor camino. Y si hablamos de Credo, deberíamos hablar también del programa de algún Partido Político.
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