Degradación institucional
El debate sobre el estado de la región quedó sesgado por el conflicto de Gaza y deteriorado por la informalidad de las intervenciones
A falta de votar las propuestas de los grupos parlamentarios, puede afirmarse que el debate sobre el estado de la región de 2025 fue distinto ... a todos los anteriores. Por dos razones.
Por primera vez la situación de Asturias quedó en un segundo plano, siendo la crisis de Gaza el asunto más recurrente en el debate. El presidente del Principado habló del conflicto en la mayoría de las intervenciones, así como los demás portavoces de la izquierda. La sesión parlamentaria concluyó con un minuto de silencio, pedido por Tomé, y seguido por todos los diputados, excepto los de Vox. No hace falta decir que en las distintas votaciones que habrá hoy, la que más expectativas ha levantado es la condena al genocidio o masacre de Gaza.
El exterminio de la población gazatí que perpetra el ejército de Israel en esta fase final de la guerra escandaliza a la opinión pública. Los países democráticos han empezado a reaccionar, pidiendo el reconocimiento formal de Palestina para apoyar la solución de los dos Estados. En España, Pedro Sánchez ha encontrado en la denuncia de la barbarie del ejército israelí un motivo para tomar la iniciativa política tras meses de reveses y acumulación de problemas.
Anomalía
Entiendo que el conflicto de Gaza salga a relucir en el debate asturiano, lógicamente, impulsado por el Gobierno de coalición de la izquierda, pero es una anomalía que, en un pleno dedicado a hablar de la actual situación asturiana, la estrella del debate sea Gaza. Hubiera sido mucho más sensato convocar un pleno monográfico sobre la matanza de Gaza, que organizar un debate heterogéneo, mezclando la tragedia de los gazatíes con los problemas asturianos.
Puestos a decirlo todo, no perdamos de vista que la controversia en la Junta General del Principado se reduce a la discusión entre genocidio y masacre. Adrián Pumares empleó el término masacre, entrando por méritos propios en la 'fachoesfera'. Esa es la realidad.
No recuerdo otro debate sobre el estado de la región en que se haya hablado menos de industria o de medio ambiente, aunque el mayor olvido fue la gran cuestión de la financiación autonómica que sostiene todos los servicios e inversiones públicas. Una cuestión agravada con la quita de la deuda, en la que el Gobierno de Sánchez dejó claro que apuesta por la desigualdad en el reparto de recursos entre los territorios. Por otros temas de actualidad, como el derivado de la tragedia de Cerredo, que tiene claras implicaciones en la Administración autonómica, se pasó de puntillas. El chequeo a fondo de la situación de la región queda para el próximo año, con la esperanza de que la agenda política nacional no invada el debate asturiano.
Disparate
Segunda razón. En la Junta General del Principado se abrió paso la informalidad, por decirlo amablemente. Desde cualquier escaño se puede increpar al diputado que está en uso de la palabra. Y lo más llamativo, el interviniente, desde la tribuna, en vez de esperar a que el presidente de la Cámara restaure el orden, replica a los espontáneos que lo interrumpieron. El disparate llegó a su punto máximo cuando Adrián Barbón debatía con Carolina López (Vox) sobre las opiniones de Adriana Lastra acerca del peaje del Huerna. Un recuerdo le vino a la mente al presidente y, sin dudarlo, dijo que Álvaro Queipo había aspirado al cargo de delegado del Gobierno en Asturias. Murmullos. El presidente entró en concreciones y añadió que Queipo lo había pretendido para tener una mayor visibilidad o perfil público. En ese momento, desde la Mesa del Congreso, a un metro de Barbón, Cuervas Mons (PP) le dijo algo por la espalda al presidente que se volvió y le aclaró que a él (Cuervas) no «le habían ofrecido ningún puesto». En otro momento, Barbón nos hizo partícipe de una anécdota de su más tierna infancia (tres años): tiró tres croquetas por el suelo y una monja, del Antiguo Testamento, le había hecho comer doce. Avanzado el debate, cuando Barbón citaba a Ortega y Gasset en un debate parlamentario con Azaña, ('ni el payaso ni el tenor, ni el jabalí'), Carolina López creyó a su vez que iba por ella y desde su escaño gritó, «presidente, no voy a consentir…». En fin.
Déficit
Asturias, al empezar la etapa autonómica, tenía un déficit de institucionalidad, como región. El famoso localismo, reflejo del minifundio en el agro, separó a ciudades y pueblos. Nos dividió por valles. La identidad local era mucho más fuerte que la regional. En 1980, la figura política más querida era la del alcalde, de ahí el prestigio de la política de proximidad. Otros agentes poderosos eran los sindicatos de clase que a través de las comisiones ejecutivas de los partidos de izquierda controlaban la política regional. Recordemos que en aquella época al Gobierno asturiano se lo llamaba, 'gobiernín'. Rafael Fernández fue consciente de ello y su tiempo al frente del Principado lo dedicó, fundamentalmente, a reforzar la institución del Principado. Y pagó un alto coste por ello.
La forma tan protocolaria de referirse entre los diputados en los parlamentos no es muestra de exquisita educación, sino de respeto a la Cámara. La Junta General del Principado tiene unas pautas de seriedad y rigor que excluye las informalidades. La degradación institucional que afecta a tantas instituciones de España y Europa no puede adueñarse del Principado. La ironía, la sátira o la crítica directa a los rivales siempre tendrán cabida en el Parlamento, pero no la degradación de las formas y la sustitución del discurso parlamentario por comentarios domésticos.
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