La hoguera de la educación

Los directores citados ya habían amenazado con dimitir si no había una pronta solución al conflicto. Su paciencia duró diez días desde el inicio de la huelga. Hace algún tiempo habían hecho un estudio detallado de los problemas y déficits de los centros y enseñanzas, que tomó forma de manifiesto pasándolo a la firma de los colegas. Se lo hicieron llegar al presidente del Principado y a los cinco sindicatos. Advirtieron que su continuidad al frente de colegios, escuelas e institutos quedaba ligada «al avance de las negociaciones donde se tuviera en cuenta el manifiesto presentado». Unos querían dimitir antes, otros pidieron esperar y, al final, setenta de ellos devuelven las competencias que gestionaban a la Consejería de Educación.

Las huelgas conllevan un alto nivel de carga emocional, sin ella no se puede entender que digan «no podemos ser cómplices de un sistema que se aleja cada vez más de los principios que históricamente hemos defendido». Parece el desahogo de un militante cuando abandona un partido. Tras hacerse con una plaza en la oposición empezaron a trabajar en un sistema que ha producido todo tipo de leyes y decretos sobre la educación, promulgados por gobiernos de distinto signo ideológico, y respaldados por unos principios generales que estaban vigentes antes y ahora. Para sacar frutos de la huelga hace falta más racionalidad y menos épica.

Otro revés para el Principado, en un momento en que no le sobran aliados. Desde la manifestación del domingo en Oviedo IU se mantiene en silencio, pero cuando recupere la palabra no va a ser para criticar a los huelguistas. Un conflicto con el personal uniformado, movilizándose todos los días ante las instituciones y la sociedad, que tiene como lema principal, «ni un paso atrás», sólo puede ser admirado o envidiado por cualquier colectivo situado a la izquierda del PSOE.