El Juan Salvador Gaviota que llevamos dentro

Conformarse es una palabra terrible, pero a la que nos hemos acostumbrado, a la que hemos sucumbido

Viernes, 18 de diciembre 2020, 02:26

Volar. Volar muy alto y muy lejos. Ser libre. Volar mar adentro y jugar con las olas, con el sol, con el mar y regresar ... a la arena empapado de olor a sal; empapado de conocimiento y saber. Volar... Últimamente pienso mucho en Juan Salvador Gaviota, aquel maravilloso libro y personaje de Richard Bach. Si no lo han leído, les aconsejo que lo hagan. Disfrutarán mucho y, además, cuando lo cierren, sentirán que han leído algo grande. Es de esas novelas que, por mucho que pasen los años, permanece. La recordarán, se lo aseguro.

Publicidad

Juan Salvador, el pobre, era un incomprendido. Alguien que no se contentaba con lo que su sociedad le decía que debía ser y hacer porque él quería más. ¿Qué? Ser libre, pero, sobre todas las cosas, por encima de todo, quería ser él. ¿Por qué existir únicamente como una gaviota igual a todas las demás cuando podía ser una gaviota especial, distinta? Quería conocer mundo, saber más, aprender más, ampliar sus horizontes, su conocimiento, su saber. No podía ni quería conformarse. Conformarse. Esa es una palabra peligrosa. Terrible, de hecho.

De todas las definiciones que la RAE hace del verbo conformar, ninguna me gusta y ninguna se ajusta realmente a lo que en verdad supone conformarse. ¿Darse por satisfecho con algo? ¿Reducirse, sujetarse voluntariamente a hacer o sufrir algo por lo cual se siente alguna repugnancia? Hay más, cinco definiciones más y ninguna, como digo, precisa lo que conformarse puede significar. Para mí, en la mayoría de los casos, es rendirse, claudicar, renunciar, abandonar... Lo confundimos con adaptarse, admitir o tolerar y con ello, sin darnos apenas cuenta, dejamos que otros nos digan cómo, cuándo, dónde y de qué manera debemos ser y vivir nuestros días.

Nos bombardean sobre nuestra incapacidad de discernir entre lo bueno y lo malo. Si Juan Salvador Gaviota se hubiera conformado, nunca hubiera sabido que había otros como él

Y no me refiero con esto que les cuento, ni mucho menos, a que no cumplamos las normas que nos hacen vivir en sociedad y caminar juntos hacia un todo que nos represente, esas que forman parte de nuestro ser como grupo, sino a saber que podemos, siempre podemos, elegir.

Publicidad

Desde diferentes ámbitos, sobre todo desde el político -experto en este asunto, se lo certifico-, de manera constante nos bombardean con mensajes sobre nuestra incapacidad de discernir entre lo bueno y lo malo, lo que necesitamos y lo que no, aquello que amamos y lo que odiamos, entre lo que sabemos y lo que debemos saber... dejando de lado, anulando en muchas ocasiones, demasiadas por desgracia, nuestras ansias de saber, conocer, aprender, vivir y sentir más. Nos dicen que es mejor que seamos todos iguales y nos comportemos del mismo modo -viejo control social acentuado por la crisis sanitaria que padecemos, Foucault está más de moda que nunca- y alientan que sea la propia presión que el grupo ejerce sobre nosotros, sus componentes, lo que nos ahogue y nos obligue a obedecer sin de ningún modo preguntarnos por qué. ¿Acaso no hay diferentes circunstancias que requieren diferentes respuestas? Nos dicen que no y aseguran que es innecesario darle vueltas al asunto. ¿Para qué? Ellos lo hacen gustosos por nosotros y nos dirán, por ejemplo, qué es verdad y qué es mentira, lo que precisamos, lo que nos sobra, el valor del esfuerzo o de la falta de él, etc.

Conformarse es una palabra terrible, pero a la que nos hemos acostumbrado, a la que hemos sucumbido. Aceptamos que las cosas vayan así -sea este así como sea-, porque es lo que toca y, además, nos dicen que podía ser peor. Y con ese 'podía ser peor', callamos. Cada día nos bombardean con ese mensaje y nos explican cómo es mejor conformarse, pero, ¿saben una cosa? Si Juan Salvador Gaviota se hubiera conformado, nunca hubiera descubierto que había otros como él, nunca habría surcado los mares más allá de lo conocido y nunca se habría convertido en lo que llegó a ser. Solo hubiera sido una gaviota cualquiera. Una, además, triste, sombría e infeliz.

Este contenido es exclusivo para suscriptores

1 año por solo 16€

Publicidad