'Asturias, Paraíso Natural' ha cumplido 40 años. Lo primero que pensé al leer la noticia esta semana es la suerte que hemos tenido de ... que ningún iluminado haya conseguido, no sé si intentado, cargarse esta marca. Lo que en su día nació para ser visto en vallas de publicidad, marquesinas, revistas y periódicos sigue perfectamente vigente en la era digital y de la Inteligencia Artificial. Homenajear su creación, como se ha hecho, es una apuesta clara y acertada por su continuidad. Esas tres palabras han crecido con salud. Ningún influencer (llegará el día en el que haya más influencers que no influencers y habrá un colapso) puede considerar viejuno poner ese hastag en sus preciadas redes.
Dice Pedro de Silva que en el momento en el que parieron la idea, Asturias estaba lejos de ser ese paraíso natural, que las aguas de los ríos bajaban negras y que apenas había algún espacio protegido. Una forma de admitir que, un poco, vendimos la moto, como debe hacerse, y que nuestro eslogan era más un sueño/proyecto que una realidad. Después, Asturias fue cumpliendo su palabra y ahora ya parece un destino consolidado, lejos de los grandes focos nacionales, pero con una seña de identidad muy propia. Somos, indudablemente, más atractivos ahora que hace 40 años.
Eso sí, detesto, incluso en el paraíso, el turismo de despedidas de soltero. Tampoco me gusta la cutrez en la que se ha convertido el masificado descenso del Sella cada día de julio y agosto, con esas paradas técnicas para mamarse en barracas insalubres que convierten el entorno increíble entre Arriondas y Ribadesella en un festival cualquiera de reguetón. El Principado debería controlar mucho más el número de palistas que pueden hacer uso del río cada día, establecer unas condiciones mínimas para respetar el río a aquellos que lo explotan. Creo que deberíamos, además, mostrarle al mundo que hay vida más allá del cachopo y de la fabada, no perder de vista a nuestros pescados y mariscos, y a nuestras carnes, que son extraordinarias. En definitiva, escapar de los clichés que nos han ido poniendo algunos que durante todos estos años han acudido a la exitosa llamada del Paraíso Natural.
La muerte esta semana de Frank Gehry, el arquitecto del Guggenheim de Bilbao, me ha hecho mirar con envidia el cambio radical que le dio el museo a la capital vasca. Me imaginé algo similar en Gijón, una obra duradera y única, un símbolo para la ciudad y para Asturias, un reclamo distinto, como lo fue en su día el Elogio de Chillida. Lo digo, lo escribo, y no tengo muy claro el qué ni el dónde. Pero no estaría de más una apuesta fuerte que actualizara ese Paraíso Natural. Una subida de nivel, un golpe de efecto sobre la rutina y los tópicos. Una forma de seguir vendiendo la moto como hicimos hace 40 años. Y no nos fue mal.
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