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La dimisión de dos consejeras en menos de un mes, el estallido de la crisis provocada por la huelga de los docentes y las advertencias ... de posibles movilizaciones en otros servicios públicos, son indicios que incitan a pensar que la segunda legislatura de Adrián Barbón al frente del gobierno autonómico está amortizada. Y lo cierto es que, en lo relativo a los grandes objetivos que el propio Barbón señaló como esenciales al inicio de este mandato –reforma de la administración, reducción de la burocracia y reindustrialización–, se puede incluso decir que la legislatura nació muerta, asfixiada por el querer y no poder impuesto por unos socios de coalición que, no nos engañemos, nunca han situado estos asuntos entre sus prioridades.
Hasta ahora, el presidente Barbón se ha desenvuelto como pez en el agua entre dos universos paralelos: por un lado, tenemos el mundo de los grandes proyectos, al que el presidente continuamente alude en sus comparecencias públicas. Es evidente que al presidente Barbón le gustan las grandes ideas y que se gusta cuando habla de ellas. Y por otro, tenemos el día a día de un proyecto de gobierno roto, atascado en la imposibilidad de sacar adelante iniciativas de alcance y siempre a remolque de Convocatoria por Asturias, especializada en llevarse el gato al agua con el mínimo esfuerzo y coste político. Es de temer que los acontecimientos del último mes, y especialmente la huelga en la enseñanza pública (en la que tanto los docentes como los sindicatos del sector están mostrando una determinación mucho mayor de la que muchos se esperaban) nos aboca a una segunda mitad de legislatura igualmente estéril, en la que la principal ocupación del ejecutivo será evitar nuevas sorpresas desagradables. A los asturianos nos quedan dos años en los que Adrián Barbón seguirá engatusándonos a base de derrochar encanto en Instagram, mientras nos endulza los oídos hablando de grandes iniciativas que siempre están al caer, y por las que habrá que seguir esperando con la misma resignación y escepticismo con el que en esta región se va a la estación de cercanías, no tanto a coger el tren como a ver si da la casualidad de que pasa uno.
Respecto al conflicto en la enseñanza, el ejecutivo regional hará un gran esfuerzo por intentar controlar el relato una vez se llegue a un acuerdo con los docentes, pero la realidad es insistentemente terca y el caos que sume al ejecutivo regional desde la dimisión de la consejera de industria, ni es consecuencia de la casualidad ni de la mala suerte. Como tampoco lo son la situación precaria de los servicios ferroviarios de cercanías, las crecientes listas de espera de los hospitales, la irrefrenable escalada del precio de la vivienda, o las eternamente postergadas reforma administrativa y relanzamiento industrial de Asturias. Lo que ocurre es, sencillamente, que 6 años de gobierno son tiempo suficiente para que se empiecen a hacer visibles los frutos de la gestión llevada a cabo. O de la falta de ella.
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