Me planteo analizar el momento político y las alternativas disponibles para Pedro Sánchez y, por más vueltas que le doy, soy incapaz de llegar a ... otra conclusión que no sea la convocatoria de elecciones. Incluso si hacemos el ejercicio de acrobacia intelectual necesario para dejar el hedor de la corrupción a un lado, este gobierno deambula tal que pollo sin cabeza.
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Empecemos por la piedra de toque de la estabilidad parlamentaria, los Presupuestos Generales del Estado. Pedro Sánchez ganó la investidura el 16 de noviembre de 2023, y vive con unos presupuestos prorrogados desde la legislatura anterior, desde diciembre de 2022. Hablar de una gestión económica exitosa sin lograr aprobar los presupuestos equivale a creerse millonario porque uno puede tirar de tarjeta cuando el dinero en la cuenta no alcanza. El castañazo está asegurado, por mucho que se presuma de crecimiento económico, y los indicios del desastre abundan: trenes que se paran, aeropuertos congestionados, unos servicios públicos desbordados y un déficit galopante, impulsado a base de tirar de partidas extraordinarias que permitan al estado costear su día a día.
Por otro lado, y más allá de la composición del Consejo de Ministros, la tan cacareada coalición de gobierno no es más –como tantas veces cuando hablamos de Sánchez– que una licencia creativa. Sánchez logró un acuerdo de investidura, pero jamás arrancó a sus socios, dentro y fuera del ejecutivo, el más mínimo compromiso que garantizase su apoyo a una estrategia legislativa sostenida en el tiempo. Si echamos un vistazo a la acción legislativa del ejecutivo, el panorama es desolador. PSOE y Sumar tenían, a cierre del mes de mayo, 75 propuestas legislativas atascadas en el parlamento, incapaces de lograr los apoyos necesarios para sacarlas adelante.
La corrupción y los escándalos pueden ser la gota que colme el vaso de la paciencia y de la indignación ciudadana, pero más allá de la putrefacción, los hechos ponen de manifiesto que Pedro Sánchez preside un gobierno zombi, inoperante; atascado en su particular día de la marmota, y con él, el país entero. Estamos ante un ejecutivo sometido a respiración asistida por parte de unos socios que, llegados a este punto, ni comen ni dejan comer. A estas alturas, ni siquiera parece plausible que sea cuestión de agarrarse al poder, cuando Sánchez sólo ha aspirado a permanecer en el sillón a cambio de regalarlo. Nunca un ejecutivo estuvo tan inerme; nunca un partido de gobierno había sacrificado tanto poder territorial; y nunca se habían desmantelado las capacidades del estado en la medida que Sánchez lo ha hecho. Con independencia del cuajo necesario para soportar el tufo sin despeinarse, aguantar por aguantar no demuestra tenacidad, ni siquiera obstinación política, sino más bien una actitud cerril impropia de un hombre al que propios y ajenos atribuían (dejemos incluso la decencia en el cajón) una aguda inteligencia política. La única lógica aplicable a tanta irracionalidad es que Sánchez esté genuinamente convencido de que no se nos puede dejar solos.
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