Tragedia en Palestina

Sábado, 13 de septiembre 2025, 02:00

Le dejo a la Historia el debate sobre si Israel está cometiendo un genocidio en Gaza. Lo que tengo claro es que Benjamin Netanyahu, lejos ... de neutralizar a Hamás, la está haciendo fuerte. Lo anticipaba Thomas L. Friedman, uno de los más lúcidos analistas de la realidad de Oriente Medio, cuando tras los ataques de Hamás del 7 de octubre de 2023 afirmaba que, si bien a Israel le asistía su legítimo derecho a la defensa, lo peor que podía hacer el estado judío era caer en los mismos errores en que cayó Estados Unidos tras el 11-S.

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Cuando los criminales fanáticos de Hamás se lanzaron a la orgía de crueldad que el mundo contempló en directo ese 7 de octubre, buscaban precisamente desatar el desastre del que hoy somos testigos. Una reacción desproporcionada israelí, que condujese al triple objetivo de movilizar a la opinión pública global contra el estado hebreo, aislarlo de sus aliados y desgarrar su sistema político. Casi dos años, más de 60 mil muertos y dos millones de desplazados después, Hamás está a punto de lograr el pleno: quienes gustan de señalar a los judíos vuelven a sentirse legitimados; los aliados tradicionales de Israel empiezan a enfrentarse a un auténtico dilema moral; y si Israel iniciaba la guerra con un gobierno de unidad nacional que incorporaba al jefe de la oposición, Benny Gantz, como principal responsable de las operaciones militares, hoy Netanyahu se aferra al poder gracias a los partidos más minoritarios y extremistas con representación en el Knesset. La guerra en Gaza es el último recurso que le queda a Netanyahu, acosado por la corrupción y políticamente inerme, para mantener en pie su particular gobierno Frankenstein y retener el apoyo de los radicales Bezalel Smotrich, Moshe Gafni e Itamar Ben-Gvir.

Gaza es un agujero negro de dolor en sus vertientes humana y política. Sus supuestos 'liberadores' yihadistas, aplastados militarmente y con su patrocinador –Irán– contra las cuerdas, se niegan a rendirse porque entienden que cada bombardeo, cada víctima civil, cada niño muerto, les sitúa un poco más cerca de alcanzar sus delirantes objetivos. Lo cual nos pone frente a la otra cara de la hecatombe, al contemplar como una democracia como Israel, se hunde cada día más en una ciénaga de inhumanidad.

Pero también tengo igual de claro que, desde la perspectiva de lo que Martin Luther King llamaba «el largo arco de la Historia», la razón está del lado de Israel. Una sociedad abierta, pese a sus fallas, no puede ser comparada con un grupo terrorista que aspira a la teocracia como forma de gobierno y al exterminio de un pueblo como medio para alcanzarla. Aunque, precisamente por ser una democracia, el nivel de exigencia moral que se le requiere a Israel debe ser necesariamente mayor. Si esperamos y justificamos que Israel se comporte como sus rivales, entonces sí que estaríamos ante la definitiva quiebra de Occidente. Un sentimiento, y un punto de vista político, que no está reñido con la repulsión que me provoca ver a nuestro presidente del gobierno dando alegrías a la bazofia de Hamás. El conflicto palestino-israelí es así de complejo, en lo moral, en lo político y en lo humano.

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