Ortografía, redes, educación...
Nunca, que recuerde, he corregido ni advertido al equivocado de una falta de ortografía en las redes o en los comentarios a la prensa digital. ... Y eso que algunas, por exorbitantes, casi te rasgan la retina. No me gusta ofender y por eso, como muchas personas, me reprimo, aunque a veces me cueste. Porque, a fin de cuentas, en las enseñanzas catequéticas, de niños, ¿no nos enseñaban que enseñar al que no sabe es una obra de misericordia, al igual que corregir al que yerra? Pero me puede más el pensar, aunque luego lo matizaré, que quien destroza el léxico y la gramática es una persona que no ha tenido la oportunidad de cultivarse y que rectificar sus frases o palabras viciadas tiene un toque de clasismo profundamente injusto. Me es más fácil, cuando navego supuestamente por aguas tranquilas, sobresaltarme con un exabrupto o una falsedad, cada vez más abundantes entre los que desahogan su indignación, frustraciones u odio. Ahí no me importa intercalar un comentario acerca de la falsedad o la obsolescencia de una información que quiere darse por actual. Que, ahora, con las aplicaciones de IA, hasta te la pueden intentar colar en movimiento.
Desde casi siempre, los exámenes universitarios en mi asignatura, son orales, con lo que, aunque alguna vez resuenan patadas al diccionario, uno no puede deducir si el examinando escribe con faltas de ortografía. En los casos prácticos y los trabajos encomendados sí se puede observar si hay errores u horrores ortográficos, pero confieso que, en mi experiencia no son muchos y si paso el rotulador rojo por el dislate, intento no humillar después a quien ha perpetrado el desvarío. Sí recuerdo al alumnado, si hay un término difícil o una equivocación colectiva, cuál es la forma correcta de escribir o acentuar. Aunque es cierto que, en España, como en casi todos los países, el lenguaje juvenil se ha reducido en calidad y cantidad y las nuevas tecnologías y la mensajería instantánea tienen mucho que ver. Algunos colegas sí se quejan de las abreviaturas, habituales en WhatsApp, trasladadas a los ejercicios académicos, como si se tratara de un recado a un amiguete. Y eso, claro, es una degradación cultural, no de usos propios del edadismo.
Señalaba que, en la prudencia ante las patadas ortográficas, hay algo de virtud, pero también de mito protector. Estoy seguro de que, muchos más del 90 % de quienes perpetran estos errores –sin entrar en quienes lo hacen de propósito porque están contra el mundo– han cursado la Primaria. Y muchos habrán seguido bachillerato, Formación Profesional y hasta estudios universitarios. Y pocos llegan a la Secundaria sin saber distinguir, por ejemplo, 'a ver' de 'haber'; algo que se confunde en un altísimo porcentaje de comentarios. Un amigo sabio y con un toque romántico, me recuerda que ahora ya no se escriben cartas de puño y letra y sobre con sello. Que lo máximo a lo que se llega en el dominio de la prosa es al cuerpo de un correo electrónico y a los famosos mensajes. Que, en caso de no ser audios, mejor se dictaban al micrófono, porque la aplicación lo convierte en texto sin faltas ni erratas. Y lo mismo puedo decir de los correctores automáticos, aunque aquí también confieso que algunos trabajos de fin de estudios sí contienen errores, pese a que Word y otras aplicaciones indican, normalmente con un cambio de color, el fallo. O lo corrigen sin más.
La España de 2025 no es la de las Cortes de Cádiz, que plasmaron en la Constitución que, en todas las escuelas de primeras letras de la Monarquía, se enseñaría a los niños a leer, escribir y contar. Y en 1812 el 90 % de la población era analfabeta. En 2025, según la estadística oficial (que no las redes sociales) sólo hablamos del 1,5 %; la mayoría de los cuales tampoco sabrán entrar a Internet.
La Educación es un derecho fundamental, pero también es una obligación en los niveles básicos, como disciplina el artículo 27 de la Constitución. E igualmente, los poderes públicos has de fomentar la formación y el acceso a la cultura de toda la ciudadanía a cualquier edad. Por tanto, igual nos ponemos demasiado estupendos, o pietistas en el sentido filosófico del término, considerando elitista y formalista el propiciar que se escriba bien. Lo que, por cierto, se consigue, antes que nada, leyendo a los buenos autores; algo que está claramente en desuso, por mucho E-book que haya en el mercado.
Pero atentados a la RAE los podemos cometer todos. Como ejemplo, en el ámbito de las transmisiones futboleras de radio y televisión, desde hace años, muchos comentaristas confunden 'envite' y 'embate'. En la última final femenina contra Alemania, el locutor se hartó de llamar 'envites' a las acometidas impetuosas (no empujones) de las mediocampistas y defensas germanas, como si se tratara de una apuesta de naipes. Con lo fácil que es acudir al diccionario –la Real Academia Española tiene una excelente Web– cuando todos, yo el primero, tenemos una duda.
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