Pasado mañana tendrá lugar la primera reunión formal entre la alcaldesa de Gijón y el nuevo rector de la Universidad de Oviedo. Un encuentro semejante ... ya lo ha mantenido el rector en Mieres, con el alcalde y representantes del SOMA (¿qué pinta el SOMA en este asunto?) a quienes expuso un esbozo de su plan estratégico para el campus mierense. De ese plan forma parte la creación de un instituto universitario de inteligencia artificial, lo que ha llamado la atención del director de la Escuela Politécnica de Ingeniería de Gijón, quien sostiene que el naciente instituto debería radicar en el campus de Gijón, donde ya existe un centro de inteligencia artificial. Presupuesto tan razonable ha merecido el reproche del rector, quien dijo del director de la escuela gijonesa que «a veces actúa como rector de la Universidad en Gijón, pero de momento la Universidad de Asturias tiene un rector, que soy yo».
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Que esa manifestación de poder ejerciente resulte incuestionable no obsta para que, vistas las cosas desde la periferia, también sea legítimo el deseo de que la Universidad asturiana de Oviedo tenga en lo tocante a Gijón un rector que posea la adecuada perspectiva y la sensibilidad y voluntad imprescindibles para tratar con comprensión y racionalidad los asuntos del campus gijonés. El rector es de Gijón, y vecino de Gijón, lo que supone un plus de conocimiento del terreno y permite albergar esperanzas sobre los resultados de su gestión. Hacen falta compromisos, sin embargo.
La disposición del Ayuntamiento de Gijón en favor de la Universidad ha sido una constante histórica, no siempre correspondida por la otra parte. Con estos antecedentes, la reunión del miércoles debe servir de punto de partida para una nueva etapa de mayor entendimiento entre el concejo y la alma máter astur a través de sus principales representantes. Aguardamos expectantes los resultados del mano a mano (aquí no hay SOMA).
Hay otras cuestiones, al margen de las universitarias, que pueden parecer de menor calado, pero perturban la vida ciudadana. Cuando dicen que dijo, en 1976, «la calle es mía» Fraga era ministro de la Gobernación. Si hoy mandara en Gijón no podría decir lo mismo, porque en Gijón la calle se la reparten los ciclistas asilvestrados (la acera) y la carga y descarga (la calzada).
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Por fortuna, la primera de esas dos especies que pueblan la jungla de asfalto urbana está en fase de retroceso hacia los dominios del sentido común y del cumplimiento de las normas de tráfico (a la fuerza ahorcan) pero la segunda sigue en el trono de reina de la vía pública, y sus representantes no están dispuestos a hacer concesión alguna, porque acaban de manifestar el rechazo a la pretensión municipal de que compartan con los coches los espacios (227, oiga) que tienen reservados para sus tareas en calles y plazas de la villa. Quieren esos espacios, y más, para uso exclusivo, exigencia que compatibilizan con la reprobable práctica diaria de estacionar sus vehículos en doble fila o donde les pete, con independencia de que el sitio elegido tenga habilitación o no para ese fin.
Está por ver si esta anomalía inaceptable desaparece, o se atenúa, al menos, con la entrada en vigor de la nueva ordenanza municipal de movilidad, como va a desaparecer la «alegal» explotación de la vía pública por empresas de alquiler de patinetes, según reveló ayer en EL COMERCIO el director general de Medio Ambiente y Movilidad del Ayuntamiento de Gijón. Alegal significa no regulado ni prohibido.
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Gijón siempre pionero. También, por lo visto, en la tolerancia de los negocios inscritos en el ancho campo, de límites difusos, de la pujante alegalidad. Será por la crisis de la covid-19.
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