Educación somos todos
Cuando parecía que Asturias no podía ir mejor, o eso nos decían, se hartaron los profesores y mandaron a parar. La escuela pública ha puesto ... contra las cuerdas al Gobierno de Barbón, que suspendió con la misma diligencia con la que la había anunciado la supresión de la jornada reducida para empezar a hablar, aceptó la dimisión de su consejera para seguir y prometió más dinero y menos burocracia «para continuar defendiendo la educación pública». Nada que objetar a una reivindicación que tiene por objetivo mejorar la educación de nuestros hijos y, de paso, conseguir transformar palabras en hechos. Pero la ecuación se complica y más que lo va hacer si en la solución no se tiene en cuenta un factor imprescindible para que la educación, a secas, siga funcionando. El problema no se solucionará si nadie mira a los 65 centros que concentran el 30% de los alumnos de la región. Y para mirar a la concertada hay que hacerlo de verdad, no vale el estereotipo. Cualquiera que pise uno de esos centros verá que no son guetos elitistas donde los niños llevan uniformes tipo Eton y los profesores no valen porque no pasaron por una oposición. En el que yo piso a diario conviven niños y niñas de todas las razas y condición social y, por supuesto y por suerte para ellos y para los demás, niños y niñas con necesidades especiales. Futuros contribuyentes en los que la Administración que somos todos invierte menos de la mitad de recursos de los que invertiría si se cambiasen en masa a un centro público. Basta sumar y restar, multiplicar y dividir.
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