Cuando fuimos los mejores bis
Es humano y social buscar un culpable, un chivo expiatorio, pero qué esperábamos si hay agencias organizando viajes y conciertos
Hace un año, en estas páginas y bajo el título 'Cuando fuimos los mejores', al ritmo de Loquillo y su inconfundible estilo, les hablaba de ... lo mismo que les voy a hablar hoy: el verano, el virus y los jóvenes. En las líneas de 2020 departía con ustedes sobre nuestra particular forma de ver el mundo, siempre desde el punto de vista adulto, muchas veces incluso con arrogancia, en continuo juicio moral y severo hacia nuestros jóvenes, olvidando en la mayoría de las ocasiones que una vez fuimos ellos. Porque lo fuimos.
Es humano y social buscar siempre un culpable, un chivo expiatorio al que acusar, juzgar y sentenciar cuando las cosas no salen o no son como esperábamos –de verdad que es lo más humano del mundo–, pero ¿qué esperábamos? Igual todavía hay quien piensa que las vacaciones de adolescentes en grupo en una isla como Mallorca son para ver museos, asistir a charlas y pasear. Si eso es lo que creen, se han equivocado de sociedad porque no lo son en absoluto. Ni siquiera en grupos de edades superiores. A esto, además, añadan que los jóvenes no son de piedra y han sufrido lo mismo que todos nosotros, pero en una edad en la que todo se mide de forma exagerada y sin tanta reflexión como se verán obligados a hacer en tan solo unos años. Recuerden, por favor, sus tiempos mozos, como se dice. Recuérdenlos.
Cuando un grupo de jóvenes se va de viaje de estudios con todos los permisos necesarios (padres, tutores, autoridades, etc.) a un lugar de veraneo, fiesta, sol, verbena y diversión –igual que hacen, por cierto, cientos de turistas, por ejemplo, ingleses–, y asisten a fiestas y conciertos, como muchos otros colectivos del país, y se contagian, ¿por qué les juzgamos con tanta dureza? No veo esa misma acritud cuando se trata de contagios ocurridos entre seguidores futboleros o entre esos turistas extranjeros que tan alegremente nos visitan y a los que les ponemos alfombras rojas y abaratamos costes con tal de que, por favor, por favor, vengan a vernos.
El motivo por el que todos los grupos y viajes de estudios del país acabaron en las mismas fechas y en los mismos lugares también nos debería hacer recapacitar. Nadie habla de ello, de las posibles ofertas viajeras y demás, como tampoco se discute de la organización legal del concierto donde se contagiaron gran parte de ellos. No. De eso no hablamos. Como tampoco lo hacemos de que metemos en la etiqueta 'jóvenes' a un abanico de edades de lo más variopinto. Desde los 15 a los 30 años, incluso algunos de 40, y nos quedamos tan anchos. Preadolescentes, adolescentes, postadolescentes, jóvenes, jóvenes adultos, adultos… Eso está muy bien para la estadística, para contabilizar contagios, pero después, cuando se trata de culpabilizar, ahí los jóvenes se reducen y solo nos fijamos en los que van de 15 a 18 años, más o menos. Adolescentes. Pues saben, cuando flexibilizaron el uso de la mascarilla, los que más aplaudían, gritaban e, incluso, creían que habíamos vencido al virus (hay quien todavía lo piensa), no eran la chavalería; como tampoco son los adolescentes los que acuden a acontecimientos VIP de cientos de invitados donde se incumplen todas las medidas de seguridad al respecto. Igual que no son los que llenan terrazas y macroterrazas, beben y gritan, cantan y se abrazan. Algunos dirán que eso lo hacen en los parques, de forma ilegal. Y sí, tienen razón. Ahí radica la principal diferencia. Unos pagan por incumplir las normas y entonces la sociedad mira para otro lado, mientras nuestros jóvenes, como nosotros hicimos a su edad, no. Entonces los culpamos y, en demasiadas ocasiones, criminalizamos.
A veces pienso que hemos olvidado que una vez también fuimos jóvenes; que una vez fuimos los mejores.
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