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Fue el animoso emprendedor Anselmo Cifuentes, uno de los fundadores de EL COMERCIO, quien puso sus ojos en esos terrenos públicos de la playa de ... El Natahoyo en 1880 para trasladar allí su empresa de fundición de hierro y construir un dique seco para la construcción de embarcaciones. Se hizo con los terrenos en 1882, pero como la burocracia y las luchas internas entre facciones políticas ya estaban –como hoy– a la orden del día, cuatro años después aún no tenía licencia para poner en marcha su proyecto. En un alarde de chulería, para demostrar de lo que era capaz, decidió construir el que sería el primer barco de acero botado en Gijón, el vapor 'Salas', en su vieja fábrica de la plazuela de la Pelaya, donde hoy se levanta el Mercado del Sur. Al lado de la casa donde vivió Piñole. Como no estaban las instalaciones preparadas para ello, tuvo que hacerlo fuera de las mismas, y para llevarlo hasta el muelle y echarlo al agua por la rampa de Lequerica tuvieron que usar 32 bueyes para arrastrarlo por la calle Corrida. El vapor tenía 21 metros de eslora y 3,60 de manga. Era 1886.
Aquellos terrenos fueron ocupados consecutivamente por Cifuentes, Stoldtz y Cía (1888), la Sociedad de Construcciones Metálicas (1900), Astilleros de Gijón (1926) (quienes fabricaron en aquel vetusto dique seco de El Natahoyo 'El capricho', el primer buque diésel botado en la ciudad]), Astilleros del Cantábrico (1936), Duro Felguera (1940) y, finalmente, Naval Gijón, tras fusionarse Duro con la Compañía Marítima de El Musel (1984). Acabó esa codiciada franja por quedar sin uso al apagarse el sector de los astilleros a finales del siglo pasado y principios de este, para alojar durante varias ediciones la Semana Negra. Aquellos viejos terrenos olvidados, quedaron en manos de la Autoridad Portuaria de Gijón, esto es, Puertos del Estado, esto es, de todos los españoles. El Ayuntamiento compró por 4,5 millones parte de esos terrenos para su desarrollo. Y de ahí, al actual embrollo. ¿Qué pensaría de todo esto el bueno de Cifuentes? Esperemos que reine la cordura y no acabemos en los tribunales.
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