Sueños con Ángel
Miguel Rojo
Escritor
Domingo, 2 de noviembre 2025, 01:00
He soñado con Ángel. Con Ángel González. Quizás porque estos días andan las aguas de la memoria revueltas con el homenaje por el centenario de ... su nacimiento. En el sueño, Ángel vestía una desfondada americana y fumaba un cigarrillo. Me miraba tras sus gafas de gruesos cristales, los ojos burlones. Me pareció que estaba contento, pero el mundo de los sueños es muy engañoso y evanescente, y cuando piensas que el prota se ríe feliz, al instante siguiente se está tirando por un acantilado. Los sueños son así, van a su bola.
–¿Qué tal estás? –le pregunté. Era como si fuéramos amigos de toda la vida.
–Estuve mejor, para que te voy a mentir –dijo con lo que me pareció cierto desengaño en la voz–. He descubierto que a Dios no le gusta mi poesía. Le parece frívola y no la encuentra didáctica para la juventud. Sólo le va la que ensalza su victoria contra el maligno, ya sabes, tipo el poema de Milton con el azufre y todo eso y los arcángeles con sus espadas flamígeras dando cuchilladas al pobre Lucifer. Ya me entiendes.
–Bueno, no te preocupes, hombre, ya cambiará de idea y de gustos, tiene toda la eternidad para ello… Y yo que pensaba que estabas contento.
–En el Cielo uno ha de estar contento por obligación, sino vaya mierda de Cielo, ¿no te parece? Además yo creo que Dios está un poco depre y eso contagia, para algo es Dios.
–Normal que lo esté con la chapuza que montó aquí en la Tierra. Oye, y por qué no le recitas el poema de los ojos y la bandeja, ese que le comentas a una mujer que te entusiasman sus ojos, y ella dice que si te gustan solos o con rímel y tú le respondes sin dudar que grandes, y también sin dudar te los dejó en un plato y se fue a tientas. Es muy bueno. Yo se lo recitaba a las chicas cuando quería ligar. Y no fallaba.
–No sé, no sé… Esto del humor por aquí arriba no se estila mucho. Ni el sexo. Aquí no te comes una rosca, todas son unas maripuris de cuidado. Y del beber ni te cuento, el día del santo de Dios nos dan un poco de vino de misa, pero tan aguado que paez mexu. Además, y eso es lo más duro, ninguno de mis colegas vino al Cielo. Ni Biedma, ni Carlos Barral, ni el Bonald…
–Lo que no entiendo es qué haces tú ahí.
–La burocracia, que quéjate tú de la terrestre, la burocracia divina es la de Dios… Y como yo me llamo Ángel, el santo tonto del culo que estaba a la puerta del Cielo se confundió y entendió que yo era un ángel y me facturó directo al Cielo.
–¿Y si haces una reclamación?
–Olvídalo, aquí no se contempla el error. Y cambiando de tema, ¿se acuerda alguien de mí en la Tierra?
–¡Por supuesto! Justo ahora se celebra el centenario de tu nacimiento y hay un montón de actividades, de recitales poéticos… Y bueno, se iba a hacer en Oviedo una fundación con tu nombre, aunque la verdad es que todo resultó una mier… una maravilla –mentí, claro, qué iba a hacer–: tus amigos de entonces y tu viuda se llevan estupendamente y te recuerdan y se quieren…
–¡Una mierda, dilo claramente! Algo sé. Las noticias aquí llegan con retraso, pero llegan.
–La verdad es que sí, no quería disgustarte. Y de quién es la culpa de tanto desaguisado, porque unos se la echan a los otros, y los otros a los unos. Desde ahí arriba tienes que tener una visión divina y me muero de ganas por saber quién es el malvado…
Ángel echó una calada al cigarro y me miró con ojos burlones:
–La culpa es mía y sólo mía por dejarme morir. Morirse es una pena, una gran pu… –pero su voz comenzó a desvanecerse y su figura a perderse entre las nubes definitivamente.
Desde entonces he intentando soñar con Ángel González todas las noches, pero en vano. Y eso me apena. Para compensar me he impuesto soñar con el premio Planeta. No es lo mismo que soñar con él, pero da más risa.
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