Y el romero florenciendo

Aunque la nieve en los picos nos recuerde que el invierno aún está con nosotros, las pinceladas de color que regalan estas primeras flores, por lo menos a mí, me levantan el ánimo. Llegan tempraneras, algo tendrá que ver el cambio climático que algunos niegan, aunque otros, que ya casi no peinamos canas, porque nos va faltando el pelo, notemos la diferencia entre los inviernos de la niñez y los actuales.

Los ciclos de la naturaleza son invariables, aunque los humanos, con nuestras actividades descerebradas los vayamos descabalando y aún cuando somos una especie con una increíble capacidad de adaptación, no hay más que ver que somos lo suficientemente hábiles como para habitar desde las nieves eternas hasta el desierto más inhóspito, parece que estamos poniendo a prueba el límite de resistencia, no la nuestra, la del planeta, lo que tiene su mérito.

Unos seres tan débiles de uno en uno que se convierten, por su número, en una potencia capaz de destruir un planeta. Es algo tan sorprendente como trágico… y feo. Porque es la avaricia de algunos pocos lo que nos arrastra, imparablemente, al abismo a la inmensa mayoría. Tiemblo al pensar, porque a veces pienso, si la ocurrencia del mister zanahoria de comprar Gaza para convertirla en un resort, no será un ensayo, para ver cómo se podría desalojar el planeta y convertirlo en un paraíso para unos pocos.

A ver si entre todos los muchos podemos parar a los pocos, que no parece nada fácil.