Jorge Ilegal, apóstol en tiempos salvajes
Fernando José Fernández-Guerra, primer manager y biógrafo de Ilegales
Martes, 9 de diciembre 2025, 11:42
Esta vez la muerte lo ha mirado de frente y no ha podido ponerse de lado. Hace tiempo, en su himno escribió «… que la muerte ... me espere largos años…» y en verdad han sido pocos, pero largos. La vida de Jorge ha sido no muy larga, pero intensísima. Comenzó en Avilés hace setenta años y finalizó en Oviedo después de una cruel enfermedad. Lo vi por última vez sobre un escenario en el homenaje póstumo –que casualidad- a Alberto Toyos, el 19 de junio, en la sala avilesina Santa Cecilia. Su actuación fue toda una premonición. Interpretó 'La casa del Misterio' y dedicó al periodista una estrofa cancionera «allá en el otro mundo, ojalá encuentres gloria». Saber vivir –dijo- es ir hacia la muerte alegre y despreocupado, como si fueses a la muerte de otro.
El señor Martínez García era tierno, sensible y dulce en privado, «debilidades» que intentaba proteger con arrogancia y aspereza cuando la persona era devorada por el personaje. Desde niño tuvo claro que sería una figura del rock&roll y no paró hasta conseguirlo. Los comienzos no fueron nada fáciles porque las modas eran otras y él no hacía nada por gustar a quienes manejaban el 'show business'. Yo me embarqué como manager de Madson e Ilegales porque fui de los muy pocos que creyó desde el principio en su extraño y rebelde talento.
A su lado, vivir se escribía con mayúsculas. Ser el mejor guitarrista asturiano del último cuarto del siglo pasado (Rafa Laviada el mejor del tercero y Rafa Kas el mejor del primero del siglo actual) no le impidió reventar una guitarra en pleno concierto en la gijonesa plaza de toros. Su voz tenía personalidad, sus letras cargadas de nihilista, desencantada y trasgresora inteligencia no dejaban indiferente a nadie y su postura actoral bajo los focos constituía toda una provocación. Incluido el nombre de su último grupo, Ilegales (él, hijo de un secretario judicial y hermano de una licenciada en Derecho).
Tenía un disco de platino rodando por las escaleras de su casa, triunfó en América y en España y sus conciertos cada vez eran mejores. Su última gira –incompleta-, se llamaba irónicamente 'Jóvenes y arrogantes'. Yo acompañé al grupo en varias de ellas y mi libro biográfico salió de una gira y disco titulados 'La vida es fuego'. Su verborrea era agudísima, directa, lenguaraz. Tuvo mucho éxito con las mujeres porque representaba un tipo de hombre seguro de sí mismo, auténtico –en esta época de tanto postureo- y educadamente canallita. En las fotos hacía el saludo militar o ponía cuernos de diablo mientras soltaba alguna ocurrencia sibilante. Muy frugal comiendo, no dejó un licor sin probar, aunque su favorito era el vino blanco de Los Corales. No fumaba ni conducía y jamás lo vi con otro calzado que los botos camperos.
Sus mensajes eran sencillos y directos (destruye, rebelión, Europa ha muerto, tengo un problema sexual, mis dos puños cuidan de mí…) y en televisión provocaba una doble reacción: unos se relamían y otros se acongojaban («señora, si no le gusta mi careto cambie de canal»). Sobre el escenario confesó sospechar que en la Feria de Muestras había exceso de hamburguesas y ausencia de perros. Casi se pega con mi padre –se pegaba con todo el mundo- pero era tierno con mi abuela sorda. Ambos se provocaban: «señora –le preguntaba-, ¿que haría usted en un ataque preventivo de la URSS?». «Que coses tienes, Jorge Matalaraña, -le contestaba- ¿que qué haría si me cortasen la luz?».
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