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Hace algunos años se hizo un primer viaje de microbús por el barrio alto como prueba para implantar una línea que pacificara el tráfico de ... Cimavilla y diera pie a un hipotético y armonioso futuro peatonal. El microbús se quedó enganchado en todas las esquinas posibles y los juramentos y exabruptos de los ideólogos dejarían la grada de El Molinón al nivel de un grupo parroquial de oración. Se liberaron cruces y esquinas pero el microbús, por lo que fuera, no acabó por cuajar. Los ajustes de carriles en San Bernardo y Munuza han vuelto a devolvernos a la cruda realidad: por mucho que lo intentemos, los coches no se pueden meter bajo la alfombra. Y más lejos aún queda el sueño de un tramo entre el Carmen y la Plazuela sólo para peatones, bicicletas y transporte público porque fue precisamente un autobús el que quedó atascado tratando de girar donde no era posible en medio de los habituales gritos de «dale» y «vale» que sólo generan ganas de que el que los profiere acabe con un pie debajo de las ruedas.
Esta villa marinera ha tenido la mala suerte de desarrollarse a golpe de ocurrencia. Tenemos mamotretos que quitan la sombra en primera línea de playa y una avenida litoral que a diferencia de Santander o Coruña, acaba en un fondo de saco virtual. Nadie vio la necesidad de buscar una alternativa para el tráfico. Cuando hubo dinero y se estilaba hacer grandes obras tipo soterramiento, nos entró la duda. Pero es que las opciones se limitan a intentarlo o dejarlo todo como está.
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