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Hace treinta años ya que se inauguró la playa de Poniente, un proyecto que descolocó un poco en su inicio pero que se acabó integrando ... en esta villa marinera como si hubiera estado ahí toda la vida. Y decimos descolocó porque cambiar tantos años de cloaca maloliente fue difícil de asumir (era maloliente, pero era nuestra cloaca) y también porque los más tradicionales no se hacían a la idea de ir a la playa y que no hubiera ola traicionera que se llevase las pertenencias Cantábrico adentro. También los junones de baranda, especie rapaz playera, veían dificultado su campo de actuación sin una posición tan elevada como en San Lorenzo. Y sin embargo, con cuatro festejos, un puñado de turistas que le daba igual el asunto y el tradicional niño recogido en la caseta de salvamento, acabamos asumiendo Poniente como propia y más adelante se unió L'Arbeyal al catálogo.
Lo triste es que aquella locura de obra, hoy en día, sería imposible de repetir. Hace tiempo que unir en una frase 'Gijón' y 'proyecto' es sinónimo de estar hilando un chiste. Y las administraciones públicas, actualmente, parecen disfrutar más poniendo trabas a los planes ajenos que tratando de lanzar los propios. El contexto es otro, tanto social como, sobre todo, políticamente. De aquella había un solo partido en las tres administraciones (cuatro, si contamos el Puerto) pero, incluso aunque hubiera habido distinto color político, había gente audaz. Hoy sólo hay que ser experto en sabotajes y demoras (véase 'Naval azul') para ocupar un puesto, no hace falta ser un maestro de la gestión. Y así nos va.
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