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En un instante todo se apagó, mejor sería decir que las cosas dejaron de funcionar, ya que aunque la oscuridad llegó a algunos lugares, en ... general, la vida continuó iluminada por un sol, ese día, brillante y maravilloso. Esa luz real y auténtica, sin desconexión posible, nos ayudó a vivir un día de esos excepcionales que todos sabemos que vamos a recordar y también lo que estábamos haciendo en ese momento del apagón. En un instante lo habitual se convirtió en extraordinario, nuestras necesidades cambiaron y nuestras acciones también. Sin baterías, sin pilas, sin dinero en efectivo, sin teléfono... solo podías preocuparte y esperar. El día invitaba al disfrute. Los empleados de las tiendas salieron de los locales y charlaban animadamente sin perder la sonrisa, otras personas más preocupadas compraban –tenían efectivo necesario– agua, comida..., para un posible fin del mundo; algunas pequeñas tiendas fiaban a sus clientes. Muchos miraban al cielo como si la solución estuviese entre las pocas nubes... La solidaridad aumentó y llamaba la atención: jóvenes ayudando a mayores a llegar a los pisos altos de sus casas, compartiendo móviles que sí funcionaban, una furgoneta en medio de una calle con las puertas abiertas y con la radio sintonizada compartiendo las pocas noticias con los transeúntes, ciudadanos regulando el tráfico en los cruces y los conductores obedeciendo, amistades surgidas en las colas de los bazares o similar. Muchos en la calle disfrutando del sol, con aperitivos improvisados bajados de casa y también compartidos. Sonrisas forzadas y otros despreocupados. Recuerdo de los días de pandemia como si ya no fuera nuevo y tuviéramos experiencia en acontecimientos extraños y desde luego que empezamos a tenerla. Aunque estábamos expectantes, sorprendidos, todo parecía tranquilo. Cierto que hubo excepciones y para algunos momentos de angustia: en ascensores, imposibilidad de acceso a domicilios, preocupación por familiares, necesidad de auxilio sin poder solicitarlo... Y todos en algún momento pensando en ese kit de supervivencia que la mayoría no hicimos. Somos frágiles, mucho. Todo cambia en un segundo, pero esto ya lo sabíamos individualmente. Ahora, estamos aprendiendo a tener una certeza de desaparición colectiva, a no sentirnos protegidos como grupo por nadie. Es una sensación nueva y desagradable. Y aunque vamos perdiendo esa confianza poco a poco, sí que ganamos otra. Aprendimos que vivimos en una sociedad que ante la adversidad colectiva se muestra tranquila y solidaria, que no tiene miedo. También aprendimos que no vamos a tener respuestas a los porqués y que cualquier cosa puede pasar en cualquier momento, pero sobre todo sabemos que conseguiremos salir de ella.

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