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Contemplo la pintura de unas hermosas mujeres dormidas de Albert Joseph Moore, 'Sueño', y me quedo hipnotizada observando la placidez, el abandono que transmiten. Una ... de ellas no duerme, y parece que con su mirada melancólica le pregunta al pintor ¿por qué me has dejado despierta?
Es domingo y llueve con fuerza. El viento arrecia empujando la ventana y queriendo despertar a los que aún duermen. Las palmeras del Muelle, ya despiertas después del temporal, agitan sus melenas y se dejan acariciar por la levísima luz del faro que en la lejanía está a punto de cerrar sus ojos. Me gustaría tener un botón de desconexión en mi cuerpo para acceder al sueño cuando quisiera. Sería muy práctico para descansar o para aislarme en un momento dado de problemas. También podríamos hibernar, desaparecer hasta la primavera.
Ese sueño tranquilo, profundo y reparador que poseen algunas personas con cierta facilidad y otras no, es un mundo aún hoy en día bastante desconocido. Leo ahora cómo determinados genes pueden hacer que ciertas personas tengan un tipo de 'sueño corto' –de cinco o seis horas– y que este pueda ser suficiente, y que incluso, además, esas personas tengan una mayor fortaleza que la mayoría, que necesitamos siete u ocho.
Cómo nos relacionamos con esta parte de nuestra vida dormidos –que es un tercio aproximadamente y que nos la pasamos viviendo sucesos que no solemos recordar– es algo que no nos planteamos. Cuando nuestros sueños, esas imágenes del cerebro, con voces, músicas y posibilidades infinitas, puedan proyectarse en una pantalla, podremos ver entonces nuestras propias películas, traer aquí tantas cosas: el pasado con sus protagonistas, el futuro inexistente, lugares imaginados o reales, volverás a ser joven, tendrás hijos que no tuviste, lo imposible podrá materializarse en unas imágenes. Y todo esto ocurrirá mientras que, como las damas del cuadro, descansamos plácidamente. Seremos, además, inocentes respecto al resultado o tal vez no, y se descubrirán nuestros traumas, obsesiones, pérdidas, deseos insatisfechos o cualquier otra intimidad. Los amigos, tal vez, te invitarán a casa y proyectarán sus sueños. Desde la ventana, con los cristales salpicados de cientos de pequeñas gotas y una bruma baja, escucho los graznidos de las gaviotas que le dan a este momento un toque de irrealidad. En la calle no hay nadie, y no sé bien si estoy soñando que escribo o si estoy escribiendo un sueño.
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