Monopolios de la violencia
Las ideas más reaccionarias pueblan el mundo, ocupan los escenarios ante unos sistemas representativos en crisis, unas democracias liberales agotadas, libertades y derechos humanos como decorados de cartón piedra...
No llegó a dos meses el tiempo que fue de los últimos asesinatos del franquismo a la muerte física del dictador y de los que ... ahora se cumplen el medio siglo. Fue ir de las lágrimas por quienes combatían contra un régimen totalitario, a la compulsión llorosa del rostro oficial del régimen, con sus gestos patéticos. Terminaba igual que había comenzado, de manera violenta y con el crimen como bandera, que no por casualidad cubre su simbología. Era el último de los fascismos que quedaba en Europa una vez que en Portugal la Revolución de los Claveles había fulminado al ritmo de una bella canción la dictadura del Estado Novo. Y el único que no fue derrotado, lo cual explica bastantes cosas, aún hoy, cincuenta años después.
Publicidad
«Hay que matar para seguir viviendo», dice un verso del poeta Miguel Hernández, que condensa en unas pocas palabras lo que significa una guerra, y en particular, la de miles de personas que se vieron obligadas a ser soldados, sin ser soldados, a ser ejército cuando sus valores e ideas poco tenían que ver con el orden militar.
Que el estado tenga el monopolio de la violencia parece algo lógico en cuanto que es la única entidad, hoy por hoy, capaz de arbitrar que la ciudadanía esté protegida en su conjunto del caos de la violencia, así como que no se enfrenten entre ellos; en definitiva, que no reine la ley del más fuerte. Pero un estado jamás es una entidad neutra, responde a los intereses de quienes imponen su marco jurídico-político. Otra cuestión es que, en el juego de las hegemonías y contrahegemonías, se establezca una correlación de fuerzas por la cual la institución de poder que, en definitiva es un estado, atienda a diversos intereses. Además siempre existirá aquello que señalaba Herbert Marcuse en 'Eros y civilización' de que existe una represión necesaria y una represión excedente, y creo que nunca ha existido estado alguno que no haya practicado, en mayor o menos medida, la segunda de ellas. Pues una cosa es el 'auctoritas', que pocas veces se ha alcanzado en el ejercicio del poder y que suele chocar con la 'potestas', el poder legal y coercitivo. Así, el ejercicio de la autoridad termina convirtiéndose en autoritarismo. Los fascismos han sido el ejemplo más claro de cuando ese 'monopolio de la violencia' no tiene legitimidad y es lícito rebelarse contra ella. Sólo tenemos que contemplar cómo el estado de Israel ha empleado ese monopolio y cómo ha llevado a cabo un genocidio. Y en muchos casos está reconocido que la 'auctoritas' la representan quienes se enfrentaron y cuestionaron ese monopolio, como fueron las resistencias antifascistas durante la Segunda Guerra Mundial, que tantas veces han sido recogidos en la cinematografía con un aura de romanticismo. Un reconocimiento a todo aquel que haya ejercido alguna acción contra esos regímenes –se les ha tratado casi como héroes–, y sólo hay que contemplar a la mismísima Ángela Merkel llevando flores en un acto de homenaje a quienes cometieron un atentado contra Hitler. ¿Qué hubiera pasado si en España si hiciera lo mismo a quienes organizaron el atentado contra Carrero Blanco?
Es obvio que cualquier sociedad debe tener un orden y una organización, que nadie puede desear el caos donde la violencia domina el territorio como hemos visto en los países donde hay un estado fallido y los señores de la guerra se convierten en el poder real. Pero tampoco se puede olvidar que tras los 'monopolios de la violencia' de algunos estados y sistemas políticos se han perpetrado las grandes masacres y genocidios, como por desgracia estamos viendo en la actualidad. Todo poder debe tener su contrapoder, todo controlador debe tener su control.
Publicidad
Los estados-nación no pueden ser un fin en sí mismo, sino un medio para alcanzar esos objetivos que parecen haber quedado rezagados en la cuneta de la historia: fraternidad, libertad, igualdad.
Lejos de eso avanzan las ideas más reaccionarias, pueblan el mundo, del trumpismo al lepenismo, del mileinismo al bekelismo... ocupan los escenarios con unos sistemas representativos en crisis, unas democracias liberales agotadas, libertades y derechos humanos como decorados de cartón piedra, un autoritarismo de nuevo cuño avanza por las calles en dirección única.
Señalaba Franz Fanon sobre la relación entre colonizados y colonizadores: «Sobre el problema especifico de la violencia las élites son ambiguas. El colonizado descubre lo real y lo transforma en el movimiento de su praxis, en el ejercicio de la violencia, en su proyecto de liberación».
1 año por solo 16€
¿Ya eres suscriptor? Inicia sesión