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Jeanne Louise Calmet fue una mujer francesa que vivió en la ciudad de Arlés y que llegó a la edad de 122 años y 164 ... días(1875-1992), convirtiéndose hasta la fecha en la persona más longeva reconocida. Su largo ciclo vital produjo que enterrara desde marido, hermanos, hijos y hasta un nieto… pues llegó a conocer a Vincent Van Gogh, que pasó por su ciudad con más pena que gloria.
La propiedad privada es una de las banderas que alza el capitalismo en contra de otras formas de propiedad comunitarias o socializantes, e incluso las estatales, que gracias a un potente marketing ha logrado penetrar en la conciencia colectiva, hasta de aquellas clases y sectores cuya capacidad de tener 'propiedad privada' apenas alcanza para lo básico. Porque ese concepto engloba desde las cosas más básicas para la vivencia de una persona, hasta de quienes acumulan inmensas propiedades. En el dominante marco de gestión neoliberal que tenemos, que es en lo fundamental un marco económico que funciona por la especulación, han crecido los recovecos de esa llamada 'propiedad privada'. Así, uno de los elementos fundamentales de un ciudadano es el de tener una vivienda que ya sea en propiedad o alquiler, garantice a la persona ese derecho a la vivienda que proclaman declaraciones de derechos humanos y hasta la propia Constitución española de 1978. Pero los derechos sociales y las proclamas de los regímenes políticos de uno u otro tipo no siempre van de la mano. Nos lo recordaba la propaganda occidental cuando descalificaba a los denominados países socialistas del este o más peyorativamente, comunistas, cuando nos mostraban familias amontonadas en escasos metros, en viviendas que además eran del poderoso y dominante estado.
Y es que sin duda, las autodenominadas economías de libre mercado han presentado formas más variadas y también paradójicas. Así uno de sus últimos inventos es la denominada 'nuda propiedad' por la cual un ciudadano es el dueño de una propiedad privada, pero no tiene garantizada el uso y disfrute de la misma, al menos de manera temporal. Y, al contrario, un ciudadano puede disfrutar de una propiedad en calidad de usufructuario y, sin embargo, no ser el propietario de la misma puesto que en realidad la ha vendido. Coloquemos dos escenarios:
El ciudadano A tiene alrededor de 50 años, esa edad en la que se adquiere conciencia que en su ciclo vital hay más a sus espaldas que por delante. A esos años es posible que haya podido ahorrar una pequeña cantidad de dinero luego de haber pagado, no sin esfuerzo, la hipoteca de la vivienda que habita. O quizás no, las circunstancias de la vida hace que no tenga una vivienda en propiedad y se plantea que ya es hora de cumplir ese sueño integrador de clase media. En un caso porque busca un extra ante tiempos inciertos y dado que no es un broker y el dinero en el banco no crece; o en el otro, tratando de ya con medio siglo en el cuerpo pisar un pequeño territorio que sea propio, se asoman al mercado inmobiliario. Pero con burbuja o sin burbuja, el precio de la vivienda excede sus limitados ahorros. Hasta que por fin se encuentra una vivienda adecuada a sus pretensiones y ahorros al mismo tiempo. Pero esa posibilidad que el mercado le ofrece, viene con un invitado.
El ciudadano B tiene alrededor de 70 años, lleva unos pocos ejerciendo de pensionista, se encuentra relativamente joven y activo, pero se percata que aparte de los viajes del Imserso y poco más, los emolumentos, alejado del mundo de la producción, son escasos. Hasta que el mercado, que siempre está atento, le ofrece una fuente de ingresos: vender la vivienda en la que habita. No se trata de que abandone esos metros cuadrados que le cobijan y que pago con esfuerzo, pues a cierta edad dedicarse a viajar por los mares del Sur ya no es muy recomendable, sino que deje de ser propietario de su propia vivienda para pasar a ser usufructuario de la misma, eso sí, hasta el fin de sus días. (Y si hay herederos que cada cual aguante su propia vela.)
Puede que el ciudadano A y el ciudadano B no lleguen a conocerse, a pesar de que compartan de diferente manera ese bien tan preciado que es tener una propiedad privada, pero seguro que el primero contará los días del segundo esperando que no sea una persona con una salud de hierro como la Jeanne Louise Calment, pues arruinaría el pequeño sueño de clase media que le ofrece el mercado. Y quizás ese sueño se convierta en la pesadilla de, aunque sea en la subsconciencia más freudiana, desear la muerte de alguien.
Pasolini lamentaba el fin de las sociedades rurales que con sus defectos planteaban a sus habitantes unos marcos de convivencia comunitaria. Lo que viene, lo que ya está aquí, es vampirismo social.
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