Maestros
No se ha logrado lo que a muchos maestros les parecía más importante: reconocimiento y respeto institucional y social
Venía yo cavilando, de vuelta ayer a casa, sobre la poca empatía que ha suscitado en la sociedad asturiana la reciente huelga de maestros.
La ... razón que soliviantó los ánimos de todos –el cambio sin aviso de la jornada laboral los meses de junio y septiembre– solo fue la gota que colmó un vaso donde ya no cabía más paciencia y dio lugar a una protesta sin precedentes en que afloraron problemas larvados durante años de indiferencia y desatención que, luego, como en cascada, se derramaron por todos los niveles educativos no universitarios.
Ley tras ley han ido cambiando modos y objetivos, casi siempre sin contar con los docentes, y los maestros han tenido que adaptarse a exigencias cada vez mayores, pero con los mismos recursos. Enseñar sigue siendo lo esencial, pero se disfraza de motivar, guiar, hacer al alumno protagonista de su aprendizaje y otros mantras de nueva educación a los que se añaden muchos elementos que dificultan y recrecen la tarea, como el exceso de alumnos por aula, los vaivenes tecnológicos, las tutorías, la atención a la diversidad, el trato con los padres, las dificultades para cubrir bajas, etc. Ah, y que todo sea por escrito, lo que genera una engorrosa y a veces absurda burocracia: programaciones, planes de trabajo individualizados, adaptaciones curriculares individuales, establecimiento de «situaciones de aprendizaje», pre-evaluaciones y evaluaciones, informes, pruebas, reuniones de coordinación, criterios de calificación... hasta las notas ya no son numéricas.
Entretanto, la administración calla y no hace nada, porque, pese a todo, sabe que las aulas volverán a llenarse cada día de chiquillos y que los maestros acudirán solícitos a cumplir su cometido docente y, más allá de eso, humano. Sí, humano, porque además de enseñar tienen a menudo que «educar», hacer de improvisados psicólogos de críos con problemas, de asistentes sociales de alumnos de zonas deprimidas con familias sin recursos o desestructuradas, de mediadores entre niños y padres que no quieren que sus hijos vayan al cole o cosas peores.
Pero, como te digo, la misma sociedad que con frecuencia se muestra muy comprensiva con huelgas y reivindicaciones de otros sectores es implacable con los maestros: aquí y allá lees y oyes que se quejan de vicio, que cobran demasiado para lo que trabajan, que tienen dos meses de vacaciones, que hacen todas las fiestas y puentes y no sé cuánto más. La realidad es que legalmente tienen un mes de vacaciones, el de agosto: no se debe confundir el calendario de clases con la jornada laboral. Las clases terminan el 30 de junio y empiezan a principios de septiembre; pero el maestro debe estar disponible en julio para todo lo que se le requiera y el 1 de septiembre en su escuela. Julio, además, es mes de tribunales, de preparación de material para el curso siguiente, de formación y reciclaje pedagógico y, para el equipo directivo, de organización del curso siguiente. Todo queda incluido en el sueldo. Pero a la sociedad, ignorante de lo que es la escuela por dentro, le parece que los maestros tienen muchas vacaciones, porque los niños dejan de ir a clase en julio: ¿te imaginas que tuvieran que ir al colegio 11 meses al año y 8 horas diarias, para «justificar» el trabajo de los maestros? Hay directrices y recomendaciones europeas para determinar los días al año que tienen que acudir los niños al colegio. España, con 175 días, está en la media; pero hay países donde tienen bastantes menos días de clase. Curiosamente, en algunos de esos países, cuyos sistemas educativos son muy alabados, la figura del maestro es reverenciada y goza del mayor prestigio; aquí, la incomprensión social es una consecuencia del desprestigio a que las leyes han conducido a la profesión, absolutamente falta de «auctoritas», como si maestros y aun profesores, en general, no fueran más que cuidadores de hijos cuyos padres «trabajan».
El acuerdo alcanzado ha dado finalmente la impresión de que era más cuestión de salario que de otra cosa. No se ha logrado lo que a muchos maestros les parecía más importante: reconocimiento y respeto institucional y social. Como que son los primeros encargados de llevar a cabo la difícil tarea de desbrozar y arar las mentes de nuestros hijos; el futuro de todos empieza en ellos. Por lo demás, al igual que el resto de empleados públicos, los maestros no son esclavos, como algunos parecen creer, que no puedan aspirar a mejoras laborales.
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