Tienen un plan
Tanto el neocantonalismo de las plataformas de la España vaciada, como el nacional populismo de Vox saben hacia dónde caminan, tienen una estrategia
No hay buen viento para quien no sabe dónde va. Esa expresión que se le atribuye a Séneca parece construida para definir la intensa semana ... de zozobra y entropía desatada tras las elecciones en Castilla y León.
Una semana de descubrimientos. El primero de ellos, sin duda, que las plataformas vecinales asociadas a eso que se llama la España Vaciada son algo más que asociaciones de vecinos cabreados, sobre todo ahora que han sabido articular políticamente el descontento en sus territorios. La fragmentación del sistema de partidos es una muestra del fracaso de ese mismo sistema para representar las demandas de los ciudadanos, y aunque está por ver que una confederación de plataformas locales surgidas de escisiones de los dos grandes partidos o de grupos de la sociedad civil vinculados a la izquierda, sea la solución a ese déficit de representación, lo cierto es que su aparición supone alterar el equilibrio electoral de la España interior.
Para ello ha sido necesaria, al menos, la confluencia de tres elementos. El primero, el tiempo. Aunque muchos los hayan descubierto ahora, lo cierto es que Soria Ya acumula más de veinte años de actividad, la Unión del Pueblo Leonés fue fundada en 1991 y Por Ávila Ya ocupaba un escaño antes de estas elecciones. Años de olvidos reales y simbólicos, de internet que no llega o se atasca, de ver marchar a los hijos a la búsqueda de mejores trabajos cuando no de los únicos. De ser una simple estación de paso para el presidente del Gobierno o el jefe del Estado, que en diez años solo han dispuesto de unos minutos para salir a estirar las piernas en el andén de la estación de Zamora, en el viaje inaugural del AVE Madrid-Ourense.
El segundo, la aparición de unas élites locales capaces de liderar y articular políticamente esos movimientos. Élites curiosamente de perfil más urbano que agrario. Y por último el motor que alimenta la política española en los últimos años, el poder de la emulación. Un Congreso que se ha convertido en pura cámara de representación territorial, donde los partidos han renunciado a representar el interés general y ya no aspiran a representar a todos los ciudadanos, sino solo a los de su circunscripción o a los alojados en su bloque indentitario, se ha convertido, por la fuerza del ejemplo, en un educador imbatible.
Cuando aprobar una ley orgánica de educación requiere el previo blindaje del sistema de inmersión lingüística en Cataluña. Cuando para aprobar la reforma laboral se exige previamente construir el ámbito vasco de relaciones laborales, o para sacar adelante unos presupuestos generales debe asegurarse la traducción de Netflix al catalán, resulta tarea imposible pedirle a los demás que se olviden del ¿qué hay de lo mío?
Y el segundo descubrimiento para algunos ha sido, sin duda, la rotundidad con la que Vox ha exigido su entrada en el Gobierno. Como si su condición de partido nacional populista les fuese a mantener siempre extramuros del poder. Los aprendices de brujo que jugaron a hacer magia con las palabras para hacer crecer los extremismos se llevan ahora las manos a la cabeza. Pero ellos son en buena medida responsables del deterioro democrático al que asistimos.
Primero el Partido Popular de Mariano Rajoy ayudó a engordar el fantasma socialcomunista para desgastar al PSOE con el populismo de izquierdas que representa Podemos. Que nadie se asuste que justamente esa definición de populismo de izquierda, siguiendo a Laclau, es la que Pablo Iglesias desde sus inicios reclamó para sí.
Fue luego el presidente Sánchez el que amplificó el miedo a las hordas de la extrema derecha, haciendo crecer a Vox y convirtiendo a un partido entonces extraparlamentario en el centro de las últimas campañas.
El resultado de esa doble estrategia ya se ha hecho presente, veremos si resulta irreversible. Engordados los correspondientes populismos hasta convertirlos en el centro de cualquier aritmética, que nadie se queje ahora.
Los restos del bipartidismo ya no gobernarán sin compartir sillón de mando con su correspondiente populismo. Lo paradójico es que son esos restos del bipartidismo los únicos que tienen en su mano deshacer la ecuación y sacar al populismo del escenario, pero su actuación conjunta, necesaria para esta tarea, ni se atisba. Veremos por tanto hasta dónde nos conduce esta senda.
Tanto el neocantonalismo de las plataformas de la España Vaciada, como el nacional populismo de Vox (ya sé que son calificativos discutibles, pero para entendernos en esta breve pieza) saben hacia dónde caminan, tienen una estrategia y un plan para implementarla. Los que no parecen tener ni horizonte claro, ni estrategia, ni plan, son los partidos llamados a vertebrar el Estado desde la lógica del interés general y la defensa de la democracia liberal. Quizá sea esa la razón por la que, como se ha visto esta semana, queden a merced de los vientos, sin puerto de refugio y amenazando naufragio. Nuestro problema, no el suyo, es que su naufragio es también el nuestro.
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