El precio de la salud

Pienso, de verdad se lo digo, que detrás de las numerosas informaciones, desmedidas sin duda, que se brindan sobre los efectos secundarios de algunas marcas específicas de vacunas, se esconden intereses que nada tienen que ver con la salud

En estos días me acuerdo mucho de Julia Roberts en 'Erin Brockovich' (2000) y de Matthew McConaughey en 'Dallas Buyers Club' (2013). Hace poco volví ... a ver estos filmes y, desde entonces, no dejo de pensar en las películas que Steven Soderbergh, director de la primera, o Jean-Marc Vallée, director de la segunda, podrán hacer en el futuro, dentro de unos años, no creo que muchos, sobre todo lo que está ocurriendo en la actualidad con las vacunas. No centrados los filmes tanto en la pandemia, que de eso, seguro, también tendremos –quizá acabemos incluso saturados de buenas y malas películas al respecto–, sino en las farmacéuticas, las negociaciones que se han llevado a cabo para la elaboración y distribución de las distintas vacunas, y las noticias constantes de los efectos secundarios de unas y no de otras. De hecho, si lo piensan con detenimiento, creo que sería beneficioso que se filmaran estas historias, porque tal vez fuera la forma en la que podríamos obtener más verdad sobre lo que está ocurriendo con este asunto. Ya saben que, a veces, necesitamos ficción para entender el contexto, para comprenderlo mejor. Está demostrado, desde hace siglos, que envolver la verdad de fantasía –cuentos orales, canciones, películas, series, libros– suele ser uno de los mejores mecanismos para transmitir una realidad, sobre todo cuando esta es dañosa.

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¿Por qué les digo que la realidad es dañosa? Pues miren, porque tengo la sensación, cada vez más palmaria, de que algo ocurre con las farmacéuticas, los políticos, terceras empresas de las que no conocemos ni su nombre, pero que participan en el juego, y algunos mensajes que recibimos sobre esta o aquella vacuna. Y esto no es una opinión que lance sin haberla meditado antes, mucho, pero es que, ahora, por ejemplo, advierto un mismo patrón entre lo dicho sobre AstraZeneca y lo que se explica de la Sputnik. Comprueben cómo empezamos a saber mucho, demasiado, de sus posibles daños y efectos secundarios. ¿Y qué pasaría si decidimos utilizar la china? Pienso, de verdad se lo digo, que detrás de las numerosas informaciones, desmedidas sin duda, que se brindan sobre los efectos secundarios de algunas marcas específicas, se esconden otros intereses que nada tienen que ver con la salud. Y esto, por supuesto, es solo un parecer. No se puede demostrar. No, al menos, de momento.

En los futuros filmes de los que les hablaba al comienzo de este texto, al que he titulado como si de uno se tratara, espero que, además de los héroes y de poner en evidencia las supuestas malas praxis que pudieran estar dándose en los diferentes engranajes de la cadena, también haya un apartado dedicado a nuestros gobernantes que, desoyendo las opiniones de los expertos, como si a ellos, con el cargo de político les viniera dado el de expertos científicos, epidemiólogos, virólogos o lo que en cada momento corresponda, se dedican a tomar decisión arbitrarias movidas no se sabe muy bien por qué. Sería bueno que recordaran que sus puestos no les proporcionan autoridad para ser lo que no son –a ver si mañana me voy a presentar yo en el Banco de al lado de mi casa, y me voy a poner a dirigirlo. Y quien dice Banco, puede decir gran industria de esto o de aquello–.

Qué provechoso sería dejar de mirar encuestas, resultados, elecciones y a saber qué más, y centrarse en lo que de verdad nos conviene. A todos. Y si no lo hacen por el bien común, al menos, que lo hagan por puro egoísmo para que, en el futuro, cuando se estrenen películas sobre lo ocurrido, no aparecer como los malos; ya saben, esos que, cuando pierden, aplaudes.

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