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Justo al final de la Semana Santa y cuando comenzaba la Pascua florida sufrimos el mazazo del fallecimiento del Papa Francisco. Llega en tiempo propicio ... a la casa del Padre, donde tendrá sede ya para siempre. Descansa en paz y nos apela con su imagen a nuestro combate cotidiano contra la injusticia y en pro del bien.
Me solicitaron un artículo en su elección, que acabaría siendo francamente indiciario del pontificado que ahora culmina. No acerté con ninguna de las explicaciones propuestas. Justificando en aquel momento el posible significado del nombre que adoptó, el de Francisco, aventuraba que quizás respondiese al del gran apóstol de la Compañía de Jesús, San Francisco Javier, o también a otro de los eximios forjadores de su organización, como San Francisco de Borja. Personajes históricos que además también fueron hijos de San Ignacio, en la misma orden religiosa de Bergoglio.
Sin embargo, ningún jesuita estaba en su mente y ánimo al adoptar su denominación como Sumo Pontífice. Al poco explicaría que su sentido era recordar a San Francisco de Asís. El gran reformador de la Iglesia, según ha pretendido protagonizar con arrojo y coraje no siempre correspondido por su entorno, pero al alcance de cualquiera libre de prejuicios. El poverello y santo de los más pobres y humildes. El cuidador de la naturaleza, plasmado en el 'Cántico del Hermano Sol' o 'Cántico de las criaturas', que late tras la Encíclica 'Laudato Si'. El maestro de la fraternidad humana, que también inspiró su Encíclica 'Fratelli tutti'.
Un Papa irrepetible por muchos motivos, en los que fue pionero y novel. Muy admirable –y espero que no menos imitable– por tantas causas santas y proféticas emprendidas. No importa que se ajusten a los gustos de cada cual, sino de la grandeza de asumir las enseñanzas de quien puede transmitirlas investido de autoridad suprema. Su ejemplo ha sido preclaro y siempre quedará en la retina, en la mente y en la cordura (que viene de corazón) de todos.
Recientemente apareció en el Vaticano sin adorno exterior de ninguna especie para visitar la tumba del Papa Sarto. San Pío X, con quien mantuvo enorme devoción, constituye la otra cara de la moneda. La de una fidelidad a la tradición cuya exagerada tendencia siempre repudió Francisco, por ser freno y excusa de la reforma que protagonizaría.
Vendrán ahora las quinielas de papabili. Las frívolas apuestas de candidatos y los análisis insustanciales. Yo prefiero su tierna figura, sus luminosas lecciones, su atrevido mensaje; y le pido a Jesús resucitado ser proclive a su testimonio.
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