Un recuerdo feliz
RAFAEL GUTIÉRREZ TESTÓN. LIBRERO
Martes, 7 de febrero 2023, 01:14
Hace años un escritor al que admiro mucho, Jaime Poncela, me dijo que si podía escribirle el prólogo a un libro que iba a publicar ... en el que recopilaba buena parte de sus artículos. Acepté con una mezcla de orgullo y terror. Terminaba aquel prólogo diciendo que admiraba muchísimo a Jaime Poncela, pero no me gustaría ser él. Me explico: para tener la lucidez de su mirada y analizar el mundo que te rodea como lo hace el genio de Jaime, hay que estar condenado al sufrimiento.
Con David González me pasa algo parecido. Admiro su obra y habría intentado conseguir un diente de unicornio o sangre de dragón si con ellos hubiera podido ser capaz de construir alguno de sus versos. Pero su poesía transmite sobre todo verdad, autenticidad. Poesía de la Consciencia, como la llamó la filóloga Natalia Salmerón. Tendría que haber pasado por lo que él pasó y, sobre todo, que esas cosas me hubieran calado de tal modo que necesitara vomitarlas en forma de versos.
Leer su poesía es una experiencia inigualable, asistir a uno de sus recitales poéticos, inolvidable. Quien lo probó, lo sabe. 'El rompeolas' con ese padre que lo protege nadando mientras él escribe, 'La autopista' en la que nos dice por qué lleva el pelo largo o esa imagen eterna de su abuela con su padre en brazos, sin saber leer ni escribir, preguntando a las otras mujeres si su marido, preso en la cárcel provincial de Vetusta después de la guerra, se había convertido en Tinta. Estuvo muchas veces presentando sus libros o presentando a otros escritores y escritoras en La buena letra. Tuve esa suerte. Pero hubo una especial. Entre el público estaba su sobrina que por entonces debería tener ocho o nueve años. Casi al final David la llamó para que se acercara y recitaron juntos uno de sus poemas. Fue hermoso verlos, fue hermoso ver los ojos de David mientras miraba a esa niña decir las palabras que él había escrito. Una de las últimas veces que charlamos me contó que quería escribir un libro de prosa poética donde, por primera vez en su vida, hablaría sobre sus recuerdos felices, sobre sus días perfectos. No le dije nada de aquel instante que yo tenía en mi memoria, pero quiero pensar que sí, que aquella tarde de febrero en una pequeña librería de su ciudad había atesorado un recuerdo feliz.
Su abuela paterna no quería que su marido apareciera en la lista que todas las mañanas colgaban en la puerta de entrada de la cárcel porque en ella estaban escritos los nombres y los apellidos de todas las personas a las que el día anterior habían dado muerte. Yo tampoco quería que nadie me hubiera dado la noticia de que te habías convertido en Tinta, pero sé, querido David, que si al final no somos más que eso, más que Tinta, tú serás tinta enamorada.
Un abrazo fuerte y solidario, querido amigo.
¿Tienes una suscripción? Inicia sesión