La familia Tulipán
Puede ser que la nostalgia sea un error, pero quizás sea peor vivir con los ojos cerrados
Este calor alterno y efímero del estío trae con su brisa recuerdos entreverados de otros veranos, como dicen que percibimos una progresión de imágenes de ... la vida antes del último suspiro. En un instante, un interminable carrusel nos aproxima un conjunto de viejas fotos amarillentas de pantalones de pata de elefante, o de campana que decían los más finolis, que ocultaban, como un badajo, unos zapatones de tacón y plataforma que remedaban la imagen de aquellos rockeros peludos que nos hacían soñar con un mundo más libre que el que habían vivido nuestros padres. La familia Tulipán, la familia Telerín de aquellos veranos azules de televisiones con culo y dos canales. La Fanta, la infanta, aquellas familias sin fin que heredaban la ropa, que correteaban por Perlora y no molestaban a nadie porque la educación de los niños era responsabilidad de todos.
Eran los tiempos del Tulipán Negro, aquel anti-transpirante tan penetrante que hacía huir despavorido a cualquier otro olor. Días de Orgullo de Sevilla, para las señoras, Camay y Mencey, Chimbo y Pumby. Compartíamos nuestra intimidad higiénica con abrasivos como el papel higiénico del Elefante, que por el mismo precio nos hacía un peeling superficial que arrastraba todas las células epiteliales muertas y, además, nos brindaba un filtro con el que contemplar la vida de otro color, cuando rompíamos su precinto de celofán amarillo.
Marco Aurelio decía que todo lo que es bueno para el panal es bueno para la abeja, hoy se estila más darle una patada a la colmena cuando queremos miel para luego poder quejarnos de las picaduras. Puede ser que la nostalgia sea un error, pero quizás sea peor vivir con los ojos cerrados, con una única imagen fija en la cabeza que anula cualquier otro relato. Ensimismados con nuestros problemas nos evadimos de la enésima bajada de pantalones de la Europa de las corporaciones, lucimos nuestro desacuerdo con un genocidio perpetrado por nuestros aliados, con las armas que nosotros les hemos vendido, pero seguimos consumiendo productos que facilitarán a los asesinos la compra de más artefactos homicidas. El verano asturiano es tan breve y tan corto, que no es extraño que aquí se desplacen multitudes atraídas por un bien tan escaso. Una de las claves de la vida es que el niño que fuimos no se avergüence del adulto que somos. Una vez concluimos que la amistad es mayoritariamente una factoría de ingratitud, una cierta misantropía se va imponiendo, un desencanto que nace con el mismo sentido profiláctico con el que el cerdo contrae la triquinosis para evitar que se lo coman. El calendario y el reloj ya no mitigan nuestra angustia.
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