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Un individuo honesto es alguien afectado por alguna particularidad que le impide obrar con malicia, llámese conciencia, valores, o sentido del deber. Generalmente son personas ... que no tienen favores que otorgar y están desprovistos de un poder que ponga a prueba su honradez. Un soberano sólo abdica cuando el trono quema y el ejercicio de su alta magistratura ha sido puesto en entredicho, después de romper camas con acompañantes de pago o recibir mordidas y comisiones por el simple hecho de realizar su trabajo como símbolo, más o menos aceptado, de un país concreto.
Cuando esa efigie de moneda debe abandonar abruptamente el territorio en el que practicó impunemente sus exacciones, podemos asegurar sin demasiadas dudas que ello se debe a que se le pretende apartar del lugar de los hechos, por no poner a prueba hasta que punto su inimputabilidad aguanta la mirada de un pueblo hastiado de dinastías de golfos, más preocupados por el vicio que por el servicio. El poder absoluto es por definición irresponsable porque pone y quita a placer y siempre tiene vasallos que prestan gustosos sus pescuezos para el dogal, por mucho que apriete.
La noticia del 'demérito' querellándose con el entrañable y bigotudo abuelito cántabro nos retrotrae a esos antiguos patios de los colegios de pago, en el que los hijos de las familias benefactoras tenían carta blanca para abusar de otros compañeros menos acaudalados. Uno piensa, en su inocencia, que el grado de emponzoñamiento tiende a llegar a una masa crítica en la que es imposible sumar más improbidad. Este servidor, desde su sencilla columna de tinta y papel, brinda su cuello para unirse fraternalmente al del expresidente cántabro, soy demasiado débil para negarme el placer de llamar ladrón al ladrón y corrupto al que pilota el Bribón, nunca mejor nombre para el innoble cascarón en el que navega una pleitesía que pagamos a escote, junto con el yate 'Fortuna' que bendice la suerte de unos pocos, que supieron nacer donde más convenía.
Qué mejor puede retratar a un personaje que haber sido capaz de seguir divirtiéndose matando elefantes después de haber acabado con la vida de alguien de su misma sangre por jugar con armas de fuego. El cariño y la admiración que aún puede suscitar este personaje, con domicilio fiscal ultramarino y goznes de titanio, debe de nacer en el reconocimiento por alguien que tiene las mismas debilidades que sus acólitos y encima la picardía de que estas sean sufragadas por el erario público. España siempre admiró al pillo y se rió del recto, y así es que pudiendo serlo todo nos quedamos en nada, con unos y otros haciendo méritos desde la alcoba y arrojando el honor al vertedero.
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