Peligro indefinido
A la gente no le interesa saber, sino que le den la razón y nadie les desvíe de sus odios y amores
Cuando estudiaba el código de circulación, esta era la señal más misteriosa del temario. Había otras para avisarte de que un animal salvaje podía irrumpir ... en la vía o que un pedrusco podía aplastar tu coche y terminar para siempre con tus ilusiones de independencia y movilidad privada. Si tuviera que escoger un icono para definir estos tiempos, este sería uno de los finalistas. Todos los especialistas en conflictos bélicos señalan que las peores guerras son las que no tienen un frente determinado, en el que los buenos y los malos se confunden en un revoltijo de información interesada, propaganda y mentiras creíbles. Para la guerra híbrida no hacen falta tanques y disparando contra el enemigo lo más que puedes conseguir es matar a alguien que pasaba por allí, reclutado por la fuerza de la ley o por oponerse a que su hogar sea invadido impunemente por una potencia extranjera. La sensación de peligro se multiplica cuando vivimos en una sociedad que ha hecho de la dependencia su cordón umbilical: nuestros proveedores son chinos, la energía la suministra Rusia y la seguridad, Estados Unidos, y en esa tesitura permanecemos encerrados con nuestros juguetes, pensamos que cambiamos el mundo con palabras, cuando en realidad estamos forjándonos a pulso la irrelevancia.
A la gente no le interesa saber, sino que le den la razón y que nadie sea capaz de desviarle de sus odios o amores, hagan lo que hagan sus personajes predilectos. Cualquier persona cabal debería ser capaz de valorar los aciertos y los errores de los políticos sin que un tercero le acuse de militante o renegado. Las consignas más simplistas se abren paso, salpimentadas con infundios y campañas de propaganda, en la ilusión de que el pueblo es soberano y que, por poner un ejemplo, puede romper con Israel, como si no existieran programas de espionaje como el 'Pegasus', mediante el que tienen agarrados por la gónadas a los poderosos.
Otros se enrocan defendiendo lo indefendible, obedeciendo a obsoletos automatismos ideológicos que convierten en heredera de la URSS a la actual tiranía de Putin, como si el mecanismo imperial no hubiera sido el mismo en unos y otros, disfrazado de internacionalismo proletario o de lucha contra las fuerzas reaccionarias ucranianas.
La salud mental es no creerse las versiones oficiales, por mucho que halaguen nuestra ideología y la física es tirar a la basura la mayoría de los medicamentos que cronifican unos males que mejorarían con un simple cambio de hábitos. La positividad ciega nubla la percepción de la realidad en pos de la ilusión de creernos mejores de lo que somos, despreciando el peligro cuando duerme y huyendo despavoridos cuando se despierta y pone en riesgo nuestra comodidad inconsciente.
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