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Privatización del genocidio

Miércoles, 22 de octubre 2025, 02:00

Las autoridades sionistas han utilizado el holocausto como señal divina para su regreso a la tierra prometida, estableciendo una mística de la persecución que se ... suma a la usurpación de las tierras ajenas con arrogancia imperialista. Los palestinos nunca consiguieron entender por qué tenían que pagar por un pecado nazi, cometido por unos europeos contra otros europeos. Apoderarse del término genocidio es también hacerse dueño de la desgracia máxima y declararse su único propietario.

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Resulta bastante provocadora la existencia en Estados Unidos de diversos museos dedicados al holocausto judío mientras se ignora olímpicamente cualquier restitución siquiera simbólica a los descendientes de los esclavos afro-americanos o a los primitivos pobladores nativos masacrados y recluidos en reservas, que aún esperan un gesto mínimamente proporcional a los daños sufridos.

La realidad es que ya no es posible fulminar un ejército con una imagen, o que un testimonio pueda hacer vacilar una dictadura o derrocar un régimen totalitario. Es inútil reclamar más fotos o más películas puesto que su profusión no hace más que estimular nuestra tolerancia a lo intolerable. El uso y abuso del concepto de legítima defensa es un agujero negro por el que se vierte a raudales la inquina mutua, los ajustes de cuentas y las aberraciones morales más crueles de los humanos.

Víctimas y victimarios intercambian sus papeles en un baile macabro de moralidades flexibles y varas de medir variables. La práctica del exterminio no es una novedad del siglo XX, en el que se llega a la mecanización de la crueldad. Desde los anales bíblicos en los que Gedeón, curiosamente campeón del pueblo de Israel, terminaba con los amalecitas y medianitas en nombre de Jehová, la eliminación total de cualquier enemigo por lo que es en lugar de por lo que ha hecho, ha llenado de sangre inocente y anónima las crónicas y los libros de historia.

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Tampoco en la democrática y esclavista Grecia, madre putativa de nuestro sistema parlamentario, pudieron evitar que Delos fuera liberada del bullicio de sus habitantes en el 416 a.C. por su resistencia a apoyar a Atenas en la Guerra del Peloponeso. Las Guerras Púnicas se cerraron en el 146 a. C. con la destrucción de Cartago, planificada hasta el último detalle, costándole la vida a la mayoría de su población y esclavizando a los supervivientes.

La persecución de los cristianos en Japón entre los siglos XVI y XVII, las matanzas de judíos en Córdoba en 1473 o la masacre vírica perpetrada por los españoles en América, solo serían un preludio del 'Genocidio Armenio' y la 'Shoa' hebrea, primer genocidio reconocido en 1944.

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Ni el color ni la religión nos hace mejores, no deberíamos caer en la tentación de esgrimir la diferencia para lograr ninguna preferencia.

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