Sin red
Una semana sin internet. Fruto de una desafortunada sucesión de casualidades. Ay. Una semana sin red, saltando sin red, cayendo sin red. Una semana con ... acceso complicado al virtual universo nuestro de cada día. Una semana con los ojos como hormigas intentando deshacer entuertos en la pantalla. Hay lugares en el mundo, he de explicarles, donde las conexiones de última o penúltima generación son mera utopía. Donde tu móvil a veces hace llamadas, otras no; a veces recibe mensajes, otras no. Un mundo donde calibrar el estado de las cosas, sean estas las que sean, depende de conversaciones ajenas, ratos al sol y cervecita. No todo es bucólico, no me malinterpreten. La realidad se vuelve rara, hecha casi a jirones; una realidad que, al principio, parece no tener sentido: ¿dónde están las broncas, las noticias, las frases sacadas de contexto? ¿Cómo podré tener una idea de algo, de un poco, de lo mínimo? Y, lo que es más importante. ¿habrá despegado otro multimillonario hacia el espacio exterior?
Las dudas se tornan desasosiego, pero solo al comienzo. Conforme pasan las horas aparece el alivio. Un alivio de años, de décadas, que sirve para caminar ligero, para limar asperezas y escuchar sin aportar la última novedad informativa. Un alivio que acompaña el sopor de la siesta y la tertulia vespertina. Un alivio que te hace sospechar del barullo que rodea cada hora en tu mundo conectado.
Sin planificarlo, con las risas y los agobios primeros, he de confesar que me ha sentado mejor que un mes en las Bahamas. No durará mucho, de hecho, ya estoy ante el ordenador, pero creo que me voy a poner a dieta virtual un par de veces por semana. La vida te rinde más y los otros no parecen enemigos.
¿Tienes una suscripción? Inicia sesión