Veinte años no es nada
En lo tocante a la conexión de Asturias a la alta velocidad, son demasiados años jugando con el lenguaje, como si el AVE y la variante de Pajares fueran lo mismo
Como en la canción de Víctor Manuel, mi vida siempre transcurrió entre trenes. Yo también soy el hijo del ferroviario, pero a diferencia de él ... sí recuerdo haber tenido un Ibertrén de juguete, el más básico: una máquina, dos vagones y una vía circular que se me antojaba de lo más aburrido. Tenía los ojos y los oídos tan hechos a las imágenes y conversaciones sobre trenes que aquello me parecía un fiasco. Los andenes de la antigua Estación de Langreo fueron mi campo de juegos, aquella estación de hierro y madera incrustada en el mismo corazón de la ciudad, siempre llena de gente. Especialmente los domingos de los largos veranos de entonces, cuando la Cuenca bajaba a San Lorenzo a quitarse la carbonilla en el salitre del Cantábrico. ¡Aquello si era centralidad, intermodalidad y sostenibilidad!
Asturias también ha tenido su Ibertrén particular, un juguete con el que divertirse, o no, cambiando anchos de vía, instalando traviesas polivalentes y rellenando calendarios mágicos: el AVE y su partera, la variante de Pajares. Esta semana hemos conocido el penúltimo capítulo de este juego, la renuncia a los fondos europeos para la transformación del tramo Pola de Lena-Gijón, que conviene recordar es la estación de destino de la línea de alta velocidad Madrid-León-Gijón. Como El Musel, que por fortuna sigue estando en Gijón, es ya nodo básico y estación de destino del nuevo eje del Corredor Atlántico de mercancías. Es una obviedad, pero no está de más recordarlo, que algunos empiezan ya hablar de la línea León-Pola de Lena.
Y es que, en lo tocante a la conexión de Asturias a la alta velocidad, son demasiados años jugando con el lenguaje, como si el AVE y la variante de Pajares fueran y significaran lo mismo. Cómo si velocidad, frecuencia, capacidad y regularidad tuvieran el mismo significado para mercancías y pasajeros. Años sin explicar la realidad de las cosas a una sociedad a la que, a falta de proyectos e ideas nuevas, se le vende el mismo proyecto tres o cuatro veces, con el socorrido truco de cambiarle el envoltorio, a veces ni así. Que eso se traduce en una letal pérdida de tiempo, ¡que importa!, esperemos con paciencia que a mediados de este año Asturias bajará de la simbólica cifra del millón de habitantes.
Si fuéramos valencianos, hoy ya sabríamos cómo, cuando y con qué cronograma se culminaría ese moderno corredor capaz de colocar nuestros productos en el corazón de Europa. Envidia sana la que a uno le asalta cuando se asoma a la web de la iniciativa que defiende la culminación del Corredor Mediterráneo. Presidida por el hashtag #QuieroCorredor, explica con precisión y rigor sus objetivos, las infraestructuras pendientes y los plazos comprometidos. Y lo mejor, cada seis meses emite un informe técnico de evaluación de la marcha de los trabajos, que se hace público en actos de masiva difusión y participación empresarial. Iniciativa, impulso y control, lo que le corresponde a una sociedad civil robusta.
Desde el año 2018 está descartada una línea de alta velocidad específica entre Pola de Lena y Gijón. Para esa conclusión solo necesitamos doce años, múltiples estudios, más de dos millones de euros y convencer a los que mandaban aquí y en Madrid. Defender, como hicieron muchos, un gasto de más de 1.400 millones de euros para ese tramo era un disparate, o algo peor, un engaño.
Ahora, tras el escorzo de 2017, cuando estuvimos a punto de cometer el disparate de condenar al tráfico de mercancías por la vieja rampa de Pajares, resulta que no sabemos qué hacer con los trenes una vez lleguen a Campomanes. Para esto solo hemos tenido más de cuatro años y múltiples advertencias, vamos mejorando, pero seguimos parando el reloj de la última gran infraestructura que Asturias necesita para poder engancharse al siglo XXI. Y si se sabe cuál es la planificación decidida, ni se dice, ni se explica; tanto se han mezclado cuestiones técnicas con objetivos políticos que nadie renuncia ya a hacer suyo, y solo suyo, un proyecto que debiera ser de todos.
En un mundo digital, en el que la tecnología ha difuminado barreras, solo una última separa a Asturias de la modernidad. No es física, sino mental, no es de naturaleza exógena, sino puramente endógena. No son ya las altas cumbres nevadas de la Cordillera Cantábrica, es solo esa incapacidad para fijar grandes objetivos comunes, trazar la ruta y mantener el rumbo. En un territorio donde con las infraestructuras se ha hecho sobre todo política y donde la política partidista ha sido casi exclusivamente diseñar infraestructuras, el resultado salta a la vista: esos grandes proyectos cuya duración excede con mucho de las capacidades y tiempos de un solo gobierno, imprescindibles para conectar, estructurar y, al final, dominar un territorio indómito, han estado condicionados por los cambiantes avatares de la política, de la mala política diría yo. Así que, como en el tango de Gardel, para el Ibertrén asturiano veinte años no es nada, después de todo con el Plan de Vías de Gijón van veintidós y no hay cordillera que atravesar.
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