La dictadura de la moral
Hay algo que me resulta de verdad agotador en esta época y que consiste en la necesidad constante y firme por parte de algunos de ... explicarnos lo que está bien y, por lo tanto, es correcto. Es decir, la forma adecuada de comportarse, pensar, consumir, emocionarse e incluso de nombrar las cosas. Como si no fuéramos adultos capaces de tomar nuestras propias decisiones y necesitáramos un supervisor moral a todas horas para orientarnos en cada gesto, palabra o elección cultural que hacemos. Adultos disfuncionales necesitados de una suerte de pastor colectivo que nos dirija.
Antes era la Iglesia; luego, ciertas corrientes ideológicas y ahora es un conjunto difuso de voces —algunas bienintencionadas, hay que reconocerlo, pero otras directamente fanáticas— que nos recuerda a cada paso que damos qué películas se pueden ver, qué canción deberíamos eliminar de nuestro espíritu musical, qué autor es mejor no citar porque cometió tal cosa en a saber qué año, etc. Todo esto, además, con un aire de superioridad inquebrantable y, en demasiadas ocasiones, con un desprecio absoluto hacia la complejidad del mundo y de las personas que lo componen.
«Si el mundo fuera tan sencillo», me digo frente a estas cruzadas por la corrección. «Si todo fuera blanco o negro», pero no lo es y, sin embargo, esta moral contemporánea no admite matices. Hay cosas correctas y, por lo tanto, recomendables y válidas; y otras que no. Lo incorrecto debe ser cancelado o, al menos, silenciado. Poco importa si en su momento nos marcó, nos ayudó a vivir mejor o simplemente nos hizo felices. Eso da absolutamente igual. Tampoco se valoran en función de su tiempo y contexto. Canciones, series, libros, películas, juguetes… Todo debe encajar en el juicio del presente, sin espacio para una mirada histórica ni múltiple.
A veces me sorprendo dando explicaciones o justificando la posibilidad de ver tal película o serie, escuchar tal canción o citar a tal autor, como si necesitara pedir perdón por tener criterio propio fuera de lo que al presente se ha convertido, a menudo, en una dictadura de la moral. Una dictadura que, en nombre del bien, anula la duda y acalla la disidencia. Una tiranía que convierte la cultura en un territorio en constante vigilancia.
¿Tienes una suscripción? Inicia sesión