Un mundo de y para hombres
Imaginen que en lugar de a mujeres, la estadística empezara a decirnos que se viola a hombres; que los hombres ya no pueden ir seguros por las calles, ni solos ni a altas horas de la madrugada; que a los que se viola en grupo son hombres
Los testamentos' es un libro distópico escrito por Margaret Atwood, secuela de su afamada novela 'El cuento de la criada', en el que ... últimamente pienso mucho y, desde lo ocurrido en Afganistán, más. Lo hago porque cada día, en según qué países, me parece más cercana o incluso, en algunos casos como el afgano, rebasada la idea de Gilead, la sociedad posapocalíptica imaginada por Atwood. Una sociedad gobernada por políticos teócratas en la que se eliminan las libertades y derechos sociales y las mujeres son divididas en castas en función de su 'utilidad' y fertilidad. Y pienso en estas novelas también por la reflexión que los textos obligan a hacer sobre los roles sociales, lo aceptado o normalizado en función del género, las costumbres que todavía hoy arrastramos, el lento cambio social al respecto y los reaccionarios a esos mismos cambios. Es ficción —no hay que olvidarlo—, pero nos sirve para darle unas cuantas vueltas al tipo de sociedad que tenemos y cuál nos gustaría tener. Al mismo tiempo, en las distopías están, en demasiadas ocasiones, los peores vicios y defectos de las sociedades actuales disfrazados de un mañana que no existe, en realidad, tan lejos del hoy.
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Sobre lo que está ocurriendo en este momento en Afganistán y en otros lugares del mundo en relación al trato a la mujer, creo, y esto lo creo con absoluta firmeza, que si en lugar de hombres fueran mujeres extremistas quienes instalaran una ley igual que afectara solo a varones, como dice el refrán, otro gallo cantaría en el mundo.
Hombres obligados a no estudiar y a los que se les prohíbe hacer cualquier actividad sin permiso y supervisión. Desde actividades importantes como puede ser trabajar, hasta otras que podríamos considerar más triviales, como es montar en bicicleta. Hombres cubiertos desde la cabeza a los pies a los que solo viéramos, y con no poca dificultad, los ojos. El resto ha de ser ocultado. Hombres que tuvieran que pasear siempre acompañados de sus guardianas, que no pudieran cantar ni reír y de los que nunca pudiéramos escuchar su voz, porque solo pueden hablar si sus guardianas o sus esposas se lo ordenan. Es decir, hombres convertidos en meras sombras que respiran y viven para ser los esclavos de mujeres que los dominan. Seres considerados inferiores, invisibles para la sociedad en la que existen, y que también lo son para gran parte de un mundo que hoy se echa las manos a la cabeza por su situación, pero que mañana encontrará otro tema por el que discutir y otra causa por la que rasgarse las vestiduras, olvidando y abandonando este a su suerte.
Y no es necesario ir tan lejos para entender lo poco que importamos las mujeres en el mundo a la hora de tomar según qué decisiones, porque imaginen que en lugar de a mujeres, la estadística empezara a decirnos que se viola a hombres; que los hombres ya no pueden ir seguros por las calles, ni solos ni a altas horas de la madrugada; que a los que se viola en grupo son hombres. ¿Qué pasaría? Estoy segura, pero segurísima, de que, entonces, muchas de esas sentencias en las que alegremente se habla de situaciones jocosas y consentimiento por omisión, serían bien distintas.
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Podría poner más ejemplos, pero entiendo que ha quedado claro lo que quiero decir y, si mi postura les parece exagerada, reflexionen sobre lo harta y cansada que debo estar de escuchar y ver tanta impunidad; de vivir en un mundo que todavía es solo un mundo de y para hombres.
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