El viejo miedo de Sánchez

La historia no es épica, bíblica, teatral, cinematográfica o narrativa. Es simplemente la de un presidente que cambia de ministros y asesores y, entre ellos, al que se consideraba el intocable, el Merlín, el druida, el gurú...

Viernes, 23 de julio 2021, 08:40

Había una vez, en un país bañado por el sol, un presidente alto y bello, 'Pedro el Guapo' lo llamaban, que no soportaba la idea ... de que le robaran el poder. Por tal motivo, una noche... No. Voy a detener este inicio aquí mismo y voy a empezar de nuevo con un tono más épico que creo, quizá, le vaya mejor a esta historia. Volvamos, pues, a emprender la narración.

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Sombras cubrían por completo el despacho de aquel hombre, sumiendo la estancia en una cerrazón que se antojaba sempiterna. Sombras que, por ventura, también revestían su semblante. Tenía miedo. Más del que estaba dispuesto a admitir. Miedo a todos los que a su poder se oponían, sus rivales, pero, sobre todo, a los suyos. A aquellos que cercano le susurraban al oído y le indicaban el camino a seguir.

Me freno nuevamente. No estoy segura de que un matiz tan clásico sea el adecuado para esta historia de presidentes, asesores, celos y venganzas. Quizá un estilo de guion de película sea más conveniente. Vamos allá.

Estancia oscura. Despacho con muebles modernos. Cortinas echadas. Solo está encendida la lámpara de mesa del escritorio. En el sillón de cuero, un hombre, el presidente. Viste un traje añil y está de espaldas a la luz. Solo se intuye su silueta. En su mano agarra con nervio un papel en el que hay garabateados unos nombres. Sobre la mesa, un vaso de bourbon descansa al lado de una corbata roja. Plano general.

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Voz en off: En el poder hace más frío del que cabe suponer. Por mucho que un gobernante se abrigue, siempre percibe que está rodeado de aire helado.

Acción: la silla empieza a girar.

Voz en off: Y cuanto más arriba se llega, cuanto más alto es el puesto ocupado, mayor será el frío.

Bah. Tampoco me termina de convencer este formato. Tal vez un cómic. No, no voy a dibujarles una tira, que no es lo mío. ¿Y si lo que necesita está historia es un poco de dramatismo? Sí. Démosle teatro y que sea clásico.

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Presidente: Cómo soñar que el cielo alcanzo/ en esta fría alcoba llamada Gobierno./ Cómo soñar que mi nombre en oro trazo,/ cuando traidores la corte han convertido en averno.

Asesor: Mas no seré yo a quien debéis alejar, mi señor,/ que de vuestra virtud me hayo prendado.

Presidente: Tal vez no ayer, tal vez no hoy, mi querido cicerón,/ pero mañana, lo veo... ¡Traición!

No sé, no sé. Un aire al teatro clásico se da y tal vez con más tiempo incluso podría componer adecuadamente los versos -con su correspondiente rima y su ordenada medida y no así, al tuntún, he de admitir-, pero tampoco termina este estilo de cuadrar con la historia. Un tono bíblico, quizá, podría pegarle. Veamos.

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Levantó su bastón de poder hacia el que había sido su partidario y le dijo: «¡Me traicionarás! Antes de que el sol se esconda entre las cumbres borrascosas del norte, tú me darás la espalda».

Ya lo dejo, de verdad, porque está visto que está historia no es épica, bíblica, teatral, cinematográfica o narrativa. Es simplemente la de un presidente, Sánchez, que cambia ministros y asesores, y entre ellos al que se consideraba el intocable, el Merlín, el druida, el gurú; es decir, Iván Redondo. ¿Por qué? Celos, dicen algunos. Envidias, dicen otros y yo pienso que es por miedo, uno de los mejores promotores de intrigas y no solo políticas. Y quería contarles está historia de un modo diferente, pero no encuentro el tono y tal vez se deba a que no lo tiene, pues, al fin y al cabo, gira en torno a un miedo que es tan viejo como el mismo mundo.

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