«Se ha quemado el trabajo de años»
«Es una pena ver cómo se quema tu casa», lamenta el propietario del número 58 de la calle Uría
SUSANA NEIRA
Viernes, 8 de abril 2016, 02:24
Uría se colapsó al mediodía, tras asomar las primeras llamas del segundo piso del edificio donde se originó el incendio y vivió una larga jornada de nervios y tensión hasta que anocheció. Agentes de seguridad desalojaron los edificios de Uría, 58 y Melquíades Álvarez, 25, afectados por las llamas, y los cuatro contiguos. Cortaron el tráfico y los accesos para peatones durante el resto de la jornada. También se desviaron las líneas de autobús. Los comercios cercanos bajaron sus persianas y los trajadores quedaron liberados. Todo quedó retratado en las cámaras de móviles de centenares de curiosos que se fueron arremolinando.
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El fuego saltó de un edificio a otro por un patio que sirvió de «chimenea», comparó un experto, pero sobre las cuatro menos cuarto se dio por controlado. El consejero de Presidencia, Guillermo Martínez, atendía aún a los medios de comunicación en Melquíades Álvarez cuando, desde Uría, se oyó un enorme estruendo. El alcalde, Wenceslao López, giró la esquina mientras le hablaba un agente y salió de su boca un «joder, joder, joder». Le acaban de avisar de que había dos bomberos atrapados. Eran las cuatro y veinte. A los dos agentes que sofocaban las llamas del tejado, de repente, «se los tragó el edificio», resumió una testigo trabajadora de una tienda cercana. A partir de ahí, las sirenas sonaron aún más y el nerviosismo aumentó para dar entrada a nuevas dotaciones. También hubo lágrimas.
Los inquilinos de los edificios afectados también vivieron el incendio con tensión. El propietario y residente del inmueble de Uría, 58, desde hacía 22 años, Carlos Espina, lamentó que «parecía poca cosa» cuando salieron las primeras llamas. Avisó a los bomberos, al resto de inquilinos para desalojar el inmueble y a su mujer, Herminia Campuzano, que se encontraba en la facultad. A medida de pasó el tiempo, Espina cuestionaba la intervención: «Si lo hubieran abordado desde el principio como Dios manda, no se hubiera desmadrado así. Es una pena ver cómo se quema tu casa», se lamentó. Para entonces, no había fallecido el bombero en acto de servicio. La propiedad barajaba ya pedir responsabilidades patrimoniales por lo que consideraban una falta de medios.
Dos pisos más arriba, en la cuarta planta, la Asociación de Comarcas Mineras tiene su despacho. Su secretaria, Carolina Morilla, acababa de bajar a la calle cuando la llamó un compañero y la avisó del desalojo. «Ha sido terrible», dijo sobre el bombero fallecido y el otro herido. Sus pérdidas han sido materiales. «Se ha quemado el trabajo de 20 años», resumió Morilla. El fuego arrasó con los ordenadores y los documentos. En su misma planta, una clínica de belleza que había abierto sus puertas hacía unos meses y una oficina del propietario. Compartían comunidad con una delegación de Mahou y la Federación Asturiana de Comercios, cuyo presidente, Ignacio García Palacios, mostró también sus condolencias a la familia del agente, lamentó la pérdida de importante documentación y urgió su traslado a la sede de la Procuraduría.
Los afectados del otro lado de la manzana también dieron vueltas sin parar de un lado a otro y miraban con perplejidad la evolución de las llamas. En el tercer piso de Melquíades Álvarez, cuyas cortinas curiosamente resistieron hasta el final, vivía un matrimonio. «Yo desde hace 18 años y mi mujer desde siempre», lamentaba nervioso el afectado. En la parte baja, una consultoría y en el primer, un despacho de abogados, cuyo propietario es familiar de los dueños del inmueble.
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El Gobierno local activó el protocolo de realojo para los afectados. La solidaridad se extendió. Bufetes de abogados ofrecieron sus despachos a otros damnificados, que pidieron al Ayuntamietno certificados para justificar demoras por la destrucción de documentos.
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