Fina Clemente en su tienda de ultramarinos, su vida desde que empezara a trabajar allí con catorce años.

Fina, de toda la vida en la calle Mon

La asociación Oviedo Redondo homenajea a la infatigable vecina y a su hermana Elvia Clemente por su dedicación al barrio

IDOYA REY

Miércoles, 15 de febrero 2017, 03:49

No se ha jubilado todavía y ahora que está a punto de cumplir los ochenta y ocho años no piensa hacerlo tampoco. Fina Clemente celebrará su cumpleaños el próximo sábado y lo hará tras el mostrador de su tienda de ultramarinos de la calle Mon, ese local auténtico parte de la historia del casco antiguo. Como cada día de la semana, se vestirá su inconfundible bata de rayas y sus zapatillas para servir puntual a sus clientes, pero lo hará con la sonrisa que ya le ronda desde hace días: la asociación de vecinos Oviedo Redondo le rendirá mañana, a ella y a su hermana Elvia, un homenaje por toda una vida de entrega al barrio.

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La tienda en la que Fina trabaja desde los catorce años es uno de los comercios más antiguos de la ciudad. Su abuelo, Sabiniano Clemente, la fundó en 1904 y sus nietas comenzaron a ayudarle en 1947, tras la muerte de sus padres. «Pagaba mi abuelo dos pesetas de alquiler por el bajo y la boardilla donde vivía», cuenta orgullosa, mientras saca una fotocopia de la escritura de una carpeta preparada a punto para quien se interese por el local, un atractivo turístico más del casco histórico. Ayer mismo, dos jóvenes mallorquines entraban en la tienda llevados por la curiosidad. «Tengo ochenta y ocho años y me hacen un homenaje. Las demostraciones de cariño se agradecen mucho. Querer y que te quieran es lo mejor que puede pasar», comentaba a las nuevas generaciones con la sabiduría de los años y de los golpes que le dio la vida.

Viuda de muy joven, trabajó duro para sacar adelante a sus tres hijas. Una de ellas murió de una enfermedad hace veinticinco años. «Cómo no voy a trabajar, la tienda hace que estés ocupada», revela.

Cada día levanta la persiana a las ocho y media de la mañana y regresa a su casa por la noche. Es ese negocio de ultramarinos su refugio, su casa, su centro social por donde pasan generaciones y generaciones de clientes de una misma familia: «Vienen los descendientes de algunos clientes de mi abuelo. Son los mejores clientes que se puede tener», agradece. Porque si algo es Fina es agradecida. No quiere decir nada que pueda molestar a nadie sin saber que nada de lo que diga podría hacerlo.

Muestra en su local con orgullo una báscula antigua, «con casi tantos años como yo», bromea, y aún recuerda cuando se vendían piñas para encender el fuego y arena para limpiar las cocinas. «Eran otros tiempos. El barrio ha cambiado antes había todo tipo de tiendas abiertas. Ahora quedamos pocos, pero somos muy buenos vecinos», asegura. Tan buenos que mañana cenarán juntos en la plaza de Trascorrales para reconocer ese trabajo infatigable de Fina y su hermana Elvia, jubilada hace unos años. Dice Fina que todavía no ha preparado su discurso: «Solo daré las gracias, qué más puedo decir».

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