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DANI CASTAÑO
El artilugio siniestro

El artilugio siniestro

Cuando hace una década, el Estado puso fin a las operaciones de ETA llevé este objeto a mi despacho para recordar lo sucedido y a las víctimas

LEOPOLDO TOLIVAR ALAS

Domingo, 24 de octubre 2021, 10:36

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Es difícil evadirse, incluso en lo que es un relato pretérito, de los diez años del abandono de las armas por ETA. Una década no es nada, pero resulta que yo era aún un crío, ni preadolescente siquiera, cuando se produjeron los primeros asesinatos de la banda. Tengo todavía el registro auditivo de aquellos noticiarios radiados -'el parte', durante décadas- y de alguna otra información televisiva, que si bien era dura y condenatoria, intentaba quitar hierro a la incidencia que aquellos crímenes pudiera tener sobre el Régimen, que sólo cuatro años antes había conmemorado sus 'XXV años de paz'. Nada, se decía, eran cuatro homicidas enloquecidos que, en absoluto, representaban a un pueblo vasco leal al caudillo y a la España una, grande y libre. Confieso que, en mi casa, como en tantas, aquel mensaje no se creyó y lo peor estaba por venir cuando se evidenció que las libertades, la amnistía y el autogobierno traídos por la restauración democrática, no cauterizaban aquella sangría; más bien al revés.

Lógicamente, el vivir hasta terminada la carrera en Asturias, me regaló la tranquilidad que no tuvieron tantos ciudadanos vascos y navarros -y no es momento de hablar de condescendencia civil y eclesiástica- porque, a salvo algún asunto aislado y otro frustrado, en este Principado estuvimos tranquilos, aunque sufrimos pérdidas humanas de conciudadanos, con o sin uniforme, pero que estaban destinados o se encontraban fuera de nuestro territorio.

Sólo recuerdo, en todos los años de terror, tres anécdotas relacionadas con ETA. Y todas en otras comunidades. Una, de recién casado, en una carretera secundaria de Navarra, cuando una pareja muy nerviosa de la Guardia Civil nos dio el alto, encañonándonos con la metralleta antes de preguntar nada. Creo que hoy sería disciplinariamente impensable y siempre lo disculpé pensando en lo que no habrían pasado o pensado. En la mili, en Madrid, creo haberlo contado, fui compañero durante un tiempo de un etarra, hermano de uno de los últimos fusilados del franquismo. Tampoco merece la pena detallar las mil conversaciones intentadas. En fin, en Murcia, sin quererlo ni entenderlo durante un tiempo, un desconocido muy perjudicado, por el alcohol y la conciencia, nos contó a un grupo de amigos en una terraza, una historia truculenta y deslavazada que, meses después, supimos que era un episodio relevante de la vergonzosa guerra sucia contra el terrorismo.

Ya en este siglo, siendo portavoz municipal, una racha de atentados en buena parte del país, también contra concejales, llevó a que, como a otros compañeros de Corporación, la Policía me asignara 'contravigilancia', especialmente en las horas tempranas en que salía a trabajar... o a llevar a mi hijo, muy pequeño, al colegio Baudilio Arce. Tuve que encomendar el acompañamiento del niño a otra persona, ya que los Cuerpos de Seguridad no están para supervisar esas labores familiares.

La misma Policía Nacional, nos convocó a todos los munícipes de Oviedo al cuartel del Buenavista para instruirnos sobre medidas preventivas. No estaba el horno para bollos. Al final de la charla, nos entregaron un artilugio plegable con un espejo, para mirar a diario en los bajos del coche, lo que creo que todos hicimos a diario, religiosamente.

Cuando hace una década, tras tanto sufrimiento, el Estado puso fin a las operaciones armadas, extorsiones y secuestros de ETA, llevé de recuerdo aquel aparato a mi despacho en la Facultad, colocándolo en lugar discreto, pero visible para recordar lo sucedido y a las víctimas. Alguna vez colaboradores o estudiantes me han preguntado qué es. Confieso que, pese a la década transcurrida, la explicación espeluzna a la mayoría. Porque el objeto no es una broma, como la de aquel supuesto profesor que tenía un falso esqueleto en su cubículo, con un cartel que decía 'yo también vine a reclamar una nota'. Pero el espejo no es un chiste, sino el reflejo de uno de los peores y más dilatados recuerdos de nuestra historia.

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