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El gran Plan Director

El gran Plan Director

La última gran restauración y sus porqués. Los arquitectos reparamos, conservamos y limpiamos, pero felizmente también proyectamos nuevos contenidos

Cosme Cuenca

Gijón

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Lunes, 11 de octubre 2021

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La catedral de Oviedo, tu catedral, y la mía, puede ser un ejemplo más bien modesto entre los esplendores góticos españoles pero ostenta dos cualidades que la hacen singular y única en su género. La primera de ellas es el dilatado período histórico que abarca la construcción del conjunto de edificios que la integran, probablemente el más amplio de las catedrales de nuestro país. Puede seguirse la cronología constructiva en el plano general (en páginas centrales), que se inicia con vestigios prerrománicos que probablemente datan del siglo VIII y se desarrollan en el IX con la Cripta de Santa Leocadia y la Cámara Santa, continúa con el románico de la Torre Vieja y el Apostolado de la Cámara, pasa por todos los góticos, desde finales del XIII hasta el tardío del XV en el que se desarrolla la mayor parte del templo, en el XVI se remata la portada y el recrecido de la torre gótica muestra ya lenguaje renacentista. Desde el XVII en adelante se desarrollan la girola, la sacristía y las capillas que flanquean el templo principal –los Vigiles, Santa Bárbara, Santa Eulalia y Santa María del Rey Casto– en muy variados barrocos hasta entrado el siglo XVIII, en que aún se edifica el Claustro Alto y el Archivo. Mil años de impulso constructivo, de obispos promotores, de arquitectos constructores y de innumerables artesanos de cuantos oficios hacen de las catedrales la industria pacífica más significativa de la historia de Europa.

Las catedrales son la industria pacífica más significativa de la historia de Europa

La segunda cualidad singular de nuestra catedral suele pasar desapercibida pero para mí es, a día de hoy, aún más trascendente que la amplitud histórica. Si ingresamos en cualquiera de las grandes catedrales españolas de predominio gótico –Burgos, Toledo, León, pero también Barcelona, Palencia, Sevilla y, en fin, casi todas– podremos maravillarnos ante multitud de estímulos estéticos y culturales, pero hay una cualidad esencial de la arquitectura gótica que no podremos apreciar como en Oviedo: esta cualidad es, sencillamente, el espacio arquitectónico gótico. La arquitectura es un compendio de muchos factores y uno de ellos, producto y soporte del resto, es la espacialidad. En el gótico se basa en una doble direccionalidad: horizontal hacia el altar y vertical hacia la luz. Pues bien, pocas catedrales permiten, como Oviedo, apreciar limpiamente el espacio arquitectónico gótico. En las enunciadas, y en muchas otras, la liturgia, el sentido patrimonial, la Historia, en suma, ha determinado la presencia actual de unas construcciones, los coros capitulares, sillerías primorosamente ejecutadas para asiento del Cabildo catedralicio, que invaden la nave central pervirtiendo o alterando, según posición y dimensiones, el original espacio gótico y dificultando tanto la contemplación cultural como la propia funcionalidad litúrgica. La Historia no es solo un feliz proceso creativo, abunda en episodios que, desde la perspectiva sectorial –la arquitectura, en este caso– o simplemente desde los criterios culturales actuales, resultan discutibles y controvertidos.

Por cierto, que Oviedo tuvo también su coro, tan elaborado y tan invasivo como cualquier otro. Lo retiró, por razones litúrgicas, el obispo Martínez Vigil a finales del XIX con precarios resultados patrimoniales en la medida en que se perdió parte de la sillería, y afortunadas consecuencias arquitectónicas.

Plan Director

  • Primer paso En 1994 se encarga el Plan Director de la Catedral de Oviedo

  • Actuaciones Comienzan en 1996 y se prolongan hasta hoy con un total de 24 intervenciones

  • Presupuesto Inicialmente calculado en 1.035 millones de pesetas, 10,4 millones de euros en equivalencia de hoy

  • Invertido Hasta ahora se han empleado 6,15 millones de euros y el plan podría darse por ejecutado en su mayor parte

  • El equipo Dirigido por los arquitectos Cosme Cuenca y Jorge Hevia, colaboraron César García de Castro (arqueología), Vidal de la Madrid (historiografía), Victorino Viejo (iluminación), Jesús Puras, Coresal y Rosa María Esbert (restauración de materiales orgánicos, inorgánicos y pétreos), Agustín Lanero (topografía), Francisco Ruiz (hidrogeología), Federico Acitores (organería), Manuel Fernández (aparejador), Faustino Montoya (planimetría) y José Luis Alonso (mecanografía)

En todo caso, cualquier catedral es, no un edificio de determinada época y estilo, sino un conjunto de ellos, un agregado histórico que ha llegado a nosotros desde distintas épocas, mostrando los modos, y las modas, constructivos de cada una en abigarrada agrupación, así como distorsiones, daños y carencias, fruto de su azaroso discurrir histórico. No puede ser de otra forma si consideramos la dimensión espacio temporal de cualquiera de estos conjuntos.

Nuestra tarea

Nos toca, como sociedad, asumir la tarea de conservar y de transmitir al futuro lo heredado. Todo patrimonio cultural comporta esta responsabilidad. Pero el patrimonio arquitectónico es especialmente problemático en este aspecto. Por dos razones: la económica y la disciplinar. Efectivamente, a nadie sorprenderá que la conservación y restauración de arquitectura sea cara –por la naturaleza de la misma y por la cantidad de edificios que la reclaman– pero es que, además, tampoco tenemos del todo claro cómo hacerlo. Consideremos que una intervención en un edificio histórico puede abarcar un muy amplio abanico de opciones. Desde una somera limpieza de paramentos hasta una rehabilitación integral con cambio de uso. Y si el 'qué' es así de variable el 'cómo' abre posibilidades poco acotadas, poco objetivables y nunca exentas de controversia. Pese a la abundancia, legal y disciplinar, de normativa restauradora no es posible objetivar qué se puede y qué no se puede hacer cuando se interviene en un edificio histórico y, peor aún, en la medida en que una intervención supere mínimamente la mera restauración material entraremos en el campo de lo arquitectónico, que, por su propia naturaleza, comporta el riesgo que acompaña a todo proceso creativo.

Incierta y arriesgada

Así pues, la conservación y transmisión del patrimonio histórico requiere de intervenciones restauradoras y rehabilitadoras y resulta económicamente onerosa pero, además, disciplinarmente no puede evitar componentes de incertidumbre y riesgo. El propio término 'restauración' resulta equívoco cuando se aplica a la arquitectura. Aplicado a arte mueble se entiende siempre como disciplina reparadora que tratará de devolver al objeto sus cualidades originales perdidas o deterioradas. La obra ha nacido materialmente terminada de la mano de su autor y nadie está autorizado para alterarla o modificarla. No se espera de la restauración la aportación a la obra de nuevos contenidos culturales.

En arquitectura esto no funciona así. En primer lugar, el deterioro en arquitectura no es solo físico sino también, y no menos importante, funcional. Los cambios en los usos sociales que el paso del tiempo impone demandan la actualización del edificio que los contiene y les da respuesta. Piénsese en la evolución de la práctica comercial, del deporte o de la liturgia religiosa. Si esta actualización no se produce el edificio correrá peligro de anquilosamiento y fracaso funcional. Si, en el extremo contrario, la actualización se produce en términos de utilitarismo irrespetuoso el edificio verá menoscabados sus valores culturales. En este sentido, más idóneo que hablar de la adecuación de los edificios históricos a nuevos usos sería la de referirse a la adecuación de estos usos a las posibilidades que el edificio ofrezca sin desvirtuarse.

Pero lo anterior no significa, en absoluto, que conservar y transmitir el patrimonio edificado requiera de inmovilismo o congelación de edificios en un idealizado estado primigenio que puede haber quedado superado tanto por el aludido deterioro funcional como por daños materiales u obsolescencia de sus componentes. Ninguna sociedad podría permitirse conservar todos, ni la mayoría, de sus edificios históricos como meros museos de sí mismos ajenos a los cambios sociales.

La arquitectura es diferente

En esta disyuntiva que pesa sobre la restauración de arquitectura –cuánto y cómo intervenir– la buena noticia, el factor relajante, es la distinta naturaleza material de la arquitectura en relación con el arte mueble del que importamos el término restauración. La arquitectura no es una disciplina de autoría material, el autor rara vez pone su mano más allá de los planos que representan el edificio, y así la autenticidad de la arquitectura no radica –de igual forma que en pintura o escultura– en su propia materialidad sino en cualidades específicamente arquitectónicas con un cierto componente de abstracción: la espacialidad, las proporciones, la escala, la composición, el proceso constructivo, el léxico arquitectónico, el cromatismo, las texturas. Es paradójico que siendo la arquitectura la más masiva de las artes plásticas es la menos deudora de su materialidad. Quiero decir que podríamos cambiar toda la materia física de un edificio y, mientras conservemos todas sus cualidades arquitectoricas, incluidas, claro está, medidas y naturaleza de los materiales, el edificio no se vería seriamente alterado. Esta cualidad, que la arquitectura no comparte con pintura y escultura, abre posibilidades legítimas de intervención renovadora sobre aquella.

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Pasado y presente

Vistas del centro histórico de Oviedo desde lo alto de la torre de la Catedral

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Qué esperamos del pasado

Esta intervención en el edificio histórico supone siempre un diálogo entre culturas: la del presente restaurador que interviene en el edificio y la histórica, más o menos heterogénea, que el edificio representa. Los términos de este diálogo muestran la actitud del agente que interviene frente al sujeto intervenido, es decir, de la cultura actual hacia la cultura histórica patente en el edificio. En suma, una intervención en un edificio histórico hace patente lo que el mismo representa y significa para la actualidad y cómo ésta entiende y considera a aquél. Esta afirmación se puede ilustrar mediante la relación que nuestra actual sociedad mantiene hacia dos edificios significativos y próximos: Santa María del Naranco y la propia Catedral de Oviedo.

Santa María es uno de los escasos ejemplos en que un edificio antiguo se nos presenta en su forma original prácticamente íntegra. La imagen de Santa María se impone como algo rematado y cerrado que no admite adición ni sustracción alguna.

(Sin embargo, pese a esta fisonomía original, ha sufrido, a lo largo de su historia, brutales agresiones deformantes sólo corregidas tras la recuperación de la actual imagen por obra de la restauración depuradora de Luis Menéndez Pidal, hacia 1930. La Historia suele ser mucho menos inocente de lo que se piensa).

En cuanto a sus contenidos sociales, queda añadir a lo dicho su actual inactividad, que podríamos calificar de 'jubilación honorable'. Tras más de un milenio de servicio fuera del programa inicial y soportado a costa de su propia integridad, el edificio ve reconocida su cualidad monumental que le libera de servidumbres utilitarias y le sitúa, en el ideario y en el imaginario colectivo, en el lugar privilegiado de los mitos autosuficientes.

El Palacio del Naranco refuerza su implantación social y su significado, pese a su vacío funcional, a partir de su sola presencia, como símbolo casi sagrado de todo lo que representa: una época de la alta Edad Media y unos modos constructivos excepcionales en su momento, un sistema de poder político y una determinada sociedad y su territorio e, incluso, el soporte ancestral de la actual comunidad que lo adopta como tótem.

Así pues, este edificio nos es ajeno, en principio, tanto en su arquitectura como en sus contenidos sociales, es decir, no pertenece al presente ni en sus fábricas ni en su programa funcional. Sin embargo como símbolo se adscribe, por completo, a la actualidad. Nada tiene de 'monumento muerto'.

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La Capilla de Covadonga, restaurada con criterios del siglo XXI

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A partir de las consideraciones anteriores podemos preguntarnos en qué términos se produciría el diálogo cultural, antes aludido, en este caso. Cómo entiende la sociedad actual este edificio, qué le pide el presente a Santa María del Naranco. De las respuestas a estas cuestiones dependerá la actitud restauradora contemporánea.

Avanzando en tales respuestas constatamos que el presente no espera del edificio servicio funcional alguno. El ciclo funcional se da por terminado. Se pide autenticidad para significar todo aquello que el edificio representa. En consecuencia, en un hipotético proceso restaurador, no admitirá nuevos contenidos formales, es decir, no procedería la introducción de nuevos materiales ni nuevas formas, y sobre el estado original primitivo se tolerarán, excepcionalmente, aportaciones históricas que expliquen el monumento sin desvirtuarlo: la presencia del altar, la conservación de algún arco apuntado no original y muy poco más. Ni siquiera las espadañas, que durante tanto tiempo soportó, son oportunas y, por ello, están bien erradicadas. Cuanto se actúe, hoy, en Santa María debe inscribirse en la línea de recuperación arqueológica de su integridad original. Sería, por llamarla así, una restauración didáctica encaminada a mostrar contenidos culturales, de carácter arquitectónico, anclados a lo histórico. (No obstante, pese a la supuesta claridad del concepto podrían abrirse algunos interrogantes: ¿Procede la reconstrucción del mirador sur arruinado?, ¿en términos de absoluto mimetismo o evidenciando el carácter de reposición? ¿Procede el revoco de las fábricas de sillarejo o debe primar el arraigo social de la actual imagen?).

Si, a continuación, analizamos el conjunto edificado de la Catedral de Oviedo veremos que los modos constructivos son, como en el caso anterior, ajenos al presente. Pero en la Catedral, estos modos no tienen carácter unitario sino evolutivo, mostrando una sucesión de estilos propios de las distintas, y muy numerosas, épocas representadas. Por otra parte, a diferencia de Santa María, la Catedral muestra contenidos sociales de plena actualidad en un doble sentido: el religioso y el cultural. La Catedral pertenece, funcionalmente, al presente.

En consecuencia cabría, según el problema concreto a considerar, tanto la restauración puntual a origen de un elemento histórico deteriorado como la introducción de nuevos elementos en respuesta a nuevas necesidades. Así, recurriendo como ejemplo a nuestra propia experiencia, se repone materia perdida en tracerías pétreas, en continuidad con lo existente y, simultáneamente, la sustitución de luminarias, la disposición de la nueva escalera de caracol del reorganizado itinerario cultural o la pieza soporte de la imagen de la Virgen de Covadonga en su capilla se producen en términos formales inequívocamente actuales.

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Singularidad

Al carecer de coro, la de Oviedo es de las pocas catedrales españolas en la que puede contemplarse el espacio gótico. mario rojas

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El diálogo cultural entre el presente y la historia registra, en este caso, un mayor grado de apropiación. Santa María pertenece a un pasado intangible, mientras la Catedral, sin caer en utilitarismos ni perder nada en importancia cultural o histórica, es una entidad más disponible en la medida en que se encuentra, funcionalmente, en activo. En Santa María el grado de actualización que el edificio reclama y admite es nulo. En la Catedral este grado de actualización puede ser muy variable: nulo si restauramos, materialmente, un capitel o un retablo, total si introducimos un nuevo elemento al servicio de contenidos actuales del edificio.

Una herramienta pero limitada

En suma, ante el problema global de cómo encarar la rehabilitación integral de un edificio histórico o ante el problema más específico de cómo restaurar alguno de sus elementos constitutivos podremos preguntarnos, como herramienta metodológica, qué grado de actualización pretende la sociedad actual del edificio intervenido y, paralelamente, qué grado de actualización admite sin dervirtuarse el edificio histórico. Simétricamente toda intervención restauradora podrá ser analizada, aplicando la herramienta 'grado de actualización' tanto a su planteamiento general, actitud global ante el edificio, como a cada uno de sus detalles.

Claro que no acaba la cosa aquí. Todo lo dicho hasta ahora alude a planteamientos restauradores: qué hacer y qué no. Esto nos lleva a una perspectiva inquietante pero ineludible: habiendo admitido que, en arquitectura, ningún proceso de restauración es puramente científico, es decir objetivable, porque siempre comporta decisiones que atañen al ámbito de lo arquitectónico, debemos admitir ahora un grado más en la dificultad de objetivación y reglaje: más allá de la pura restauración material, a la dificultad de determinar acertadamente los planteamientos restauradores se añadirá otra aún menos reducible a estrategias y protocolos: el diseño, la materialización formal de los planteamientos adoptados. Si hemos decidido, por ejemplo, que es pertinente cubrir un patio, circundado por galerías abiertas a él, se abrirá un abanico de opciones formales en la materialización de ese planteamiento. El proceso de elección entre estas opciones, excluyentes entre sí, excede el campo de lo que tácitamente se entiende por restauración, pertenece al campo de la creación arquitectónica y, por ello, no admitirá más objetivación, o más método reglado de actuación que el propio de dicho campo creativo, es decir, muy muy escaso.

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Ortofoto de la torre de la Catedral de Oviedo

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El Plan Director

Desde el año 1996 hasta hoy se han proyectado y/o realizado venticuatro intervenciones restauradoras, de muy distinta entidad conceptual y cuantía económica, en la Catedral. Todas ellas al amparo y bajo las directrices del Plan Director de la Catedral de Oviedo. En términos de desenfado churchiliano un plan director es cuando hay más que hacer que dinero para hacerlo. Cuando se afrontan las necesidades materiales de un conjunto edificado como una catedral, tras largo tiempo de inacción, lo primero es poner orden en aquellas. Qué es lo urgente, qué es lo importante, de qué medios disponemos.

Los arquitectos Jorge Hevia y Cosme Cuenca abordamos, a partir del año 94, una responsabilidad que, en principio, sentimos como excesiva: la de redactar un Plan Director para la Catedral de Oviedo. Naturalmente se tratará de un trabajo para un equipo pluridisciplinar, integrado por especialistas que asesorarán en los aspectos sectoriales que integran el conjunto del problema.

En el fondo, el método de trabajo puede asemejarse a cualquier proceso reparador complejo. La labor se estructura en las fases lógicas de: análisis, diagnóstico y terapia. En la primera fase se recopila información sobre todos los aspectos que atañen al edificio: estado de conservación de todos los elementos constructivos, estudio histórico, urbanístico, documental, jurídico, de contenidos, de usos, gestión y difusión cultural. A partir de la información obtenida se elabora un diagnóstico con el grado de precisión que permiten los medios no destructivos empleados. Este diagnóstico debe jerarquizar los problemas estableciendo prioridades de actuación en función de la gravedad y la urgencia de lo detectado. Finalmente se ordenarán las propuestas de actuación a partir de los daños, carencias o necesidades de diverso tipo detectados. El Plan Director no es un proyecto y no contendrá la precisión gráfica y económica propia de aquél. Establecerá para cada actuación propuesta unas líneas de actuación que señalarán objetivos, naturaleza de las acciones a desarrollar y cuantía económica previsible. Asímismo establecerá, en función de la urgencia y la necesidad de las intervenciones previstas, un calendario deseable para su realización.

Todo este conjunto de actuaciones propuestas en el Plan Director, clasificadas en urgentes, necesarias y recomendables se cuantificaban, económicamente, en aquél en la previsión de 1.035.851.406 pesetas, traducido a los euros, entonces aún no implantados, supone la cifra de 6.225.592,33 euros que, actualizados a día de hoy, según el índice general IPC serían 10.465.220,71.

Las veinticuatro actuaciones restauradoras realizadas suman, en sus presupuestos de licitación de las obras, la cantidad de 6.154.549,33 euros a lo largo del período de tiempo transcurrido, desde el año 96 hasta la actualidad, y cubren la gran mayoría de las previsiones del Plan General. De hecho, resta por ejecutar, como única más significativa, la restauración de las vidrieras del costado sur de la Catedral, por lo que, en términos generales, se puede afirmar que el Plan Director de la Catedral de Oviedo ha sido ejecutado prácticamente en su mayor parte.

La promoción de este conjunto de actuaciones ha correspondido, por orden de cuantía en la inversión, al Principado de Asturias –a través de las sucesivas consejerías de Cultura–, al Estado –a través de los ministerios de Cultura, Fomento y Vivienda–, a la Archidiócesis de Oviedo –a través del Cabildo de la Catedral y del Arzobispado– y con sendas intervenciones puntuales de la Fundación Endesa y de la Fundación Cristina Masaveu Peterson.

Capilla de Covadonga, ejemplo de intervención

En 2008 se redactó un proyecto que describía múltiples reparaciones materiales para corregir los efectos de humedades, grietas y deterioros varios en la Capilla de Covadonga, en las restantes capillas radiales de la girola y en la sacristía. Junto a estas reparaciones se realizó la restauración, a cargo del restaurador Pablo Klett, de los frescos de la cúpula de la sacristía obra de 1734 del pintor Francisco Martínez Bustamante y, finalmente, al hilo del proceso se plantearía la recolocación de la imagen de la Virgen de Covadonga y de las reliquias de Fray Melchor de Quirós.

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Escalera interior de la torre de la Catedral de Oviedo nueva factura diseñada por Cuenca y Hevia

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Esta intervención puede ejemplificar lo variado y diverso de la acción restauradora. En principio se trata de corregir estados constructivos defectuosos por desgaste y vejez de las fábricas, es decir, recuperación de la estanqueidad perdida en las envolventes, cerramientos y cubiertas, consolidación y reintegración de obra pétrea de sillería, corrección y sellado de grietas. Es decir, una labor de albañilería regeneradora. Pero, simultáneamente, se requieren acciones estrictamente restauradoras en elementos históricamente significativos y estéticamente valiosos: la rejería metálica de la Capilla de Covadonga y, sobre todo, el fresco antes aludido de la Sacristía. Finalmente se nos planteó, desde el Cabildo, la más comprometida de las actuaciones que supondría la reforma de la Capilla de Covadonga a partir de la recolocación de sus contenidos litúrgicos más significativos.

Lo que he llamado 'albañilería regeneradora' entra en la práctica más habitual del oficio, siempre dentro de lo delicado y lo riguroso que el contexto en que se actúa exige y merece. La restauración propiamente dicha, la que habrán de realizar restauradores especializados, se refleja en el proyecto de arquitectura mediante la indicación de criterios de intervención y de objetivos a lograr a partir de asesorías específicas de los propios restauradores y sin descender al detalle específico del Proyecto de Restauración. Es decir, en todo lo anterior transitamos rutas conocidas y, cuando es preciso, con guías de confianza. Por el contrario, lo que se nos pide acerca de los contenidos de la Capilla de Covadonga trasciende cuestiones de reparación y restauración para entrar en el plano de la aportación de nuevos contenidos formales. Y ello, porque se había acordado –Cabildo y Consejería de Cultura–retirar el retablo contemporáneo que albergaba la imagen de la Virgen de Covadonga y los restos de San Melchor de Quirós y se nos pedía un nuevo soporte para los mismos así como la renovación de los bancos. No era poca cosa. ¿Cómo se hace un retablo en 2008?

Los primeros tanteos de la posible respuesta resultaron tan ambiciosos como ingenuos: una misma pieza de madera enlistonada recorría toda el área de actuación, nacía como alfombra, se plegaba en bancos, continuaba en tarima, se alzaba en altar para culminar en un plano de fondo, ante el testero de la capilla, como soporte de la imagen reverenda. La previsible tensión entre entusiasmos –puede ser una auténtica escultura funcional– y reservas –eso va a incurrir en derroche económico anacrónico– se desvaneció sola. Un nuevo elemento vino a eliminar este tipo de planteamiento: por razones idoneidad histórica se convino en dejar sin cubrir y a la vista todo el muro testero de la capilla. Así pues, o bien todas las piezas del conjunto –bancos, reliquias e imagen– se disponían por separado o bien, en todo caso, el soporte de reliquias e imagen debería disponerse exento y sin el habitual contacto con la pared del fondo. La respuesta proyectada y realizada, que se incluye en esta publicación, no fue ni mucho menos inmediata y en esa imagen de lo que dimos en llamar la estela de la Virgen de Covadonga se encierra algo que quiero resaltar. En las actuaciones que conocemos genéricamente como 'restauración' de arquitectura efectivamente restauramos, reparamos, limpiamos, conservamos pero, feliz e inevitablemente, también proyectamos nuevos contenidos. Esta necesaria labor nunca está exenta del riesgo que acompaña a su propia naturaleza artística. Por eso creo que es natural admitir que, en el fondo, con frecuencia y salvo escasas excepciones, la restauración de arquitectura tiene más de arquitectura que de restauración.

Si has llegado hasta aquí, cuatro mil palabras de periódico, revelas una disposición receptiva tan de agradecer que me atreveré a sugerirte que te has ganado el reconfortante premio de la visita al lugar de los hechos. Es tu catedral, y la mía, y te está esperando.

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