«Nadie elige quedarse tirado en la acera»
Hay vidas que nacen en hogares rotos donde los gritos, la tristeza y las adicciones forman parte del día día
ANA RANERA
Viernes, 7 de febrero 2020
Niños que crecen intercalando los besos con los golpes, acostumbrados a convivir con el enemigo, con la desprotección y las ausencias. Infancias marcadas a base de cigarros que se apagan sobre la piel e indiferencias que van dejando marcas en el cuerpo y formando volcanes en el alma que, con los años, despertarán.
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Al llegar la adolescencia, se da la tormenta perfecta y todas esas experiencias negativas se transforman en rabia, odio, enfados, ataques y rápidas huidas. Los impulsos se descontrolan y la autoestima se desvanece. «Aquí llegan chavales muy rotos, con la moral machacada», explica Pedro Antuña, responsable del Centro de Intervención Socioeducativa con Menores y Jóvenes de la Fundación Vinjoy.
En Vinjoy se dieron cuenta, hace ya más de una década, de que hay un grupo de problemas para los que los institutos no encuentran solución. Alumnos inadaptados para quienes la única respuesta es la expulsión, una forma de ir alejándolos del ritmo vital normal e ir acercándolos, peligrosamente, a los peores sitios. «Un día para un adulto no es nada, un día para un adolescente es una vida», subraya Pedro.
Fue así como nació este centro con el objetivo de intervenir cuando se den este tipo de situaciones. Los jóvenes combinan, a partir de ese momento, el instituto con la fundación. Al llegar a ella se analiza su situación, se conoce su entorno y se evalúa la etapa por la que están pasando. «Este mismo test se repite cuando se marchan y en el 80% de los casos el índice de conflictividad se ha reducido drásticamente». En la fundación también trabajan con sus familias para conocer, de cerca, cómo son las relaciones dentro del hogar. «A veces hay relaciones muy intensas, pero que están muy viciadas. Pueden ser relaciones fuertes, pero basadas en el insulto».
Son padres que vienen de vidas complicadas, de empleos precarios, de falta de dinero, gente cansada de pelear que acaba cayendo en la frialdad para abrigarse frente a la vida. «La frialdad es lo peor para estos chavales, los mata. Prefieren una bronca que la indiferencia. Ellos quieren que los cuiden, pero sus mensajes son muy desajustados, piden cariño justo como no se hace», apunta Pedro.
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Para complementar este servicio, en el año 2015 surgió la escuela-taller, un lugar donde se forman chavales que encontraron la puerta de sus callejones sin salida y que, ahora, son ellos quienes ayudan a otros que están peleando en las mismas batallas que ellos ya vencieron.
Desde que comenzaron la andadura de este centro, han pasado por estos pasillos unos 115 alumnos y haber logrado reconducir las vidas de la mayoría es el orgullo de Pedro. «Los chavales pelean, todo el mundo quiere tener una buena casa y un buen trabajo, no escogen quedarse tirados en la acera. Si pueden tirar, ellos van a tirar», explica. Aunque hay días en los que la desesperación hace mellaen él y preferiría prender fuego a todo y huir, pero «si haces un cómputo, recibes bastante más de lo que ofreces».
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Al fin y al cabo, estos jóvenes no eligieron sus circunstancias. Ellos, si hubieran podido escoger, también hubieran preferido crecer en un hogar donde no faltaran los abrazos, las manos tendidas y las sábanas que acogen para calmar cualquier pesadilla. «Ellos no quieren quedarse tiesos en la calle fumando marihuana». Y por eso, su única pelea cuando llegan aquí es contra los fantasmas de su infancia. Y la mayoría la acaban ganando.
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