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DIEGO MEDRANO
OVIEDO.
Martes, 5 de marzo 2019, 02:52
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Pedro García es uno de esos artistas que no entiende la creación sin la convulsión del espectador, la turbación explícita de quien mira por lo mirado, mejorar conciencias, creación crítica y siempre un arte político marcado por lo explosivo de la superación de sus propios límites y cosos o catas donde la falta de libertad aprisiona. Su galería de arte Dos Ajolotes, en la calle de Los Pozos, vive entre heterodoxias de amplio espectro y artistas a la contra. Presenta ahora García en la Escuela de Arte de Oviedo la muestra: 'Ejercicios de contención' (hasta el 20 de marzo). La polémica está servida.
La historia es simple. Pedro García comienza a interesarse por una especie natural invasora, el plumero de la Pampa ('cortaderia selloana'), se acerca incluso a los entornos de La Manjoya y en compañía de su mujer cortan cuatrocientos ejemplares abandonados para una exposición sobre los mismos. Pronto se entera que no los puede exponer, que la ley -Real Decreto 650 de por medio- prohíbe su manejo, que la Consejería de Cultura no transige y que no le queda más remedio que hacer la muestra sin los plumeros. Cada uno de los cuadraditos que pueden verse en el suelo, en la exposición, eran los soportes de dichos plumeros, y la intención era ver cómo atraviesan ballenas colgantes, cómo se incrustan en mesas de madera antigua de los años cuarenta, cómo crecen sin tasa ni proporción, ajenos a normas y civilización, salvajes, libres.
La ironía es la ternura de la inteligencia y García lo explica sin remilgos: «Es la primera exposición que se hace en relación con un real decreto, tiene su morbo. Los plumeros de la Pampa no tienen ninguna culpa de nada: son individuos que crecen». Titula piezas 'Sin esperanza, con convencimiento' (el sentir de los poemas de Ángel González durante su personal calvario institucional) viendo en su actual muestra los restos de aquella que podía haber sido. Titula otras piezas 'Nos han traído aquí y aquí nos quedamos', que, como señala, «afecta dicha etiqueta tanto al drama de los plumeros como al migratorio». Pasa el dedo por los agujeros donde deberían ir las plantas y subraya: «Son individuos, todo ser vivo o vegetal lo es, a los que vamos a sacrificar impunemente. Yo los siento como españoles».
García hace instalaciones en las pausas que le permiten la escultura, la pintura y su trabajo como galerista. La pieza mayor iba a ser un plumero sostenido entre papel de fumar, a semejanza de un porro o canuto, titulado 'Tirano'. Cuenta la historia de esta planta: «Un ingeniero santanderino, durante los años 70, plantea que esta planta, la que tenía en su jardín, podría decorar los espacios libres de márgenes de autopistas y similares. Pronto se convierte en invasora y adquiere legislación; pronto es pandemia y peligro inmediato. Es una metáfora real sobre los actuales campos de exterminio. Me interesan mucho las especies invasoras: la 'cortaderia selloana' pero también el llamado 'pez mosquito' o 'gambusia affinis'. Los plumeros aparecían embridados, en mi plan, las bridas son las nuevas esposas, lo vimos todos con los americanos en Irak».
Juan Luis Ruiz, director del departamento de actividades y promoción artística de la Escuela de Arte, tiene claro qué representa García: «La enseñanza de una institución, por encima de los contenidos, busca formar personas con capacidad crítica, nivel intelectual, sensibilidad y compromiso social. Personas con pensamiento propio además de capacitación profesional. La línea de Pedro García entronca con la línea más comprometida del arte contemporáneo: aquella que considera arte y artista como agentes de la transformación social. Construir un mundo nuevo a través de un arte nuevo y de otra educación artística».
García se sabe trabajando en el terreno poético con una irreprimible tendencia hacia la hipérbole y la dislexia: «O la obra tiene significación social o no vale nada». El Real Decreto 650 se lo ha prohibido. Sobre una de las mesas destaca una figura de una virgen, fundida en petre, que parece dar la espalda a los plumeros: «Ella también participa del cadáver de mi exposición. Soledad, aislamiento, ausencia y autorretrato convergen en una sola línea. Cualquiera puede ser víctima o verdugo, escoger es importante. El visitante puede asistir a una visita ficticia sobre una exposición real o a una visita real sobre una exposición ficticia, tiene su morbo. ¡No nos queda otra que cogérnosla con papel de fumar».
El artista trabaja con bocetos, el artista solo quiere ser intuición y, por primera vez, siente cómo esta le ha fallado: «La hierba de la Pampa no se puede tener. Curiosamente, si nos fijamos, no está condenada pero sí protegida. Otra metáfora más».
Explica Juan Luis Ruiz: «La presente instalación escenifica una invasión de plantas que se han convertido en una plaga. Están dispuestas como un ejército en formación que lo inunda todo. Por extensión nos invita a pensar en la diversidad, en la migración, en la convivencia y sobre todo en aquello que más caracteriza al ser humano, la búsqueda de la libertad. Lo que vemos son los restos de una batalla. Ha quedado el vacío, el silencio, el espacio como protagonista. Percibimos la ausencia, el rastro de la presencia de algo que estuvo aquí. Tras la batalla, el autor ha añadido un objeto que rompe el silencio e invita a abrir nuevos frentes».
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