Balbina Álvarez
«Ahora está todo politizado y se está causando un perjuicio a la judicatura»«Concentrar los juzgados en Llamaquique está bien, pero no sé por qué tienen esa lentitud en resolver»
En la pasada festividad de San Ivo, Balbina Álvarez Tonzón (Brañes, 1941) tomó la palabra en representación de los abogados que cumplen 40 años ... en la profesión. Colegiada de Honor del Ilustre Colegio de Abogados de Oviedo, nadie mejor que ella para poner voz a un gremio para el que es todo un ejemplo. Un ejemplo de esfuerzo, trabajo, motivación y superación porque 'Charo', como la conocen sus íntimos amigos, no dudó en ponerse a estudiar la carrera con 37 años y dos hijas pequeñas, Covadonga y Beatriz, cuando la vida vino torcida por los problemas de salud de su marido, José Ramón Fernández Suárez, un reconocido abogado fallecido en 1993. Hoy, a sus 83 años, sigue al pie del cañón al frente de su despacho, en la calle García Conde número 3, que comparte con su hija Covadonga Fernández y Cristina Muiños.
–Nació en pleno Naranco.
–Sí, en Brañes, en un barrio que se llama Castiello. Mis padres eran labradores, gente muy modesta. Estuve en una escuela fenomenal, con una maestra extraordinaria que se llamaba doña Cesarina hasta que a los nueve años mis padres decidieron que me venga a estudiar a Oviedo, al Instituto Femenino. Estuve hasta quinto de Bachiller, que es cuando decido que dejo de estudiar.
–¿Por qué?
–Porque me hago novia de José Ramón Fernández Suárez, que estaba estudiando Derecho. Él tenía 18 años, yo realmente cuando empecé con él 14. Y a los 15 decido que yo ya me voy a casar con este hombre, que lo mío no va a ser el trabajo..., pensé que iba a vivir el cuento. Pero el cuento no fue tan rápido como pensábamos. Él tuvo que terminar su carrera, estuvo de pasante seis años con don Enrique Cárcaba, que era un abogado muy importante y profesor de la facultad, y después se puso independiente, en esta misma casa –en García Conde 3–, en un piso más arriba. En 1968 abrió este despacho. Pero pocos años después de casarnos, ya con las dos hijas, empezó a tener unos ictus y el pronóstico no era bueno. Yo no había estudiado, me había dedicado a la vida contemplativa. Y había que sacar las patas del cesto.
–Y se puso a estudiar.
–Sí, hice la prueba de mayor de veinticinco años. Tenía 37. Estudié la carrera en los cinco años. Yo pensaba que José Ramón me iba a poder ayudar unos cuantos años a practicar, pero le dio un achuche un poco mayor e inmediatamente que acabé, a la semana siguiente, tuve que empezar a ejercer.
–En el mismo despacho, el de su marido.
–Sí, pasamos a esta casa más grande. A la semana tuve que ir a una apelación a la Audiencia y no sabía ni dónde sentarme. Lo que era la defensa de la apelación la llevaba bien, la había trabajado bien, pero no sabía dónde sentarme. Acerté de casualidad. Iba siempre con un miedo terrible.
–Tenía 42 años, dos hijas y un marido con problemas de salud. Una superviviente.
–Arranqué con mucha dificultad y muchos nervios, porque me faltó la práctica, pero luego me fue muy bien. Siempre pedí mucha ayuda a compañeros, los tenía aburridos. Recibí muchísima colaboración de amigos, de compañeros y fui muy bien tratada, por todos los tribunales, todos los jueces. Todos conocían a José Ramón, que era una gran persona y un gran abogado, muy buen laboralista. Encontré muchísima ayuda en las personas a las que me presentaba como 'esposa de'.
–¿Qué especialidades lleva?
–En el despacho se lleva todo menos fiscal. A mí, lo que se me dificultó mucho fue laboral y tuve que abandonar muchas cosas que llevaba él, que era asesor de ALSA, de Duro Felguera, de empresas grandes, y esas no las pude seguir llevando. Pero el civil y el penal, bien.
–Y tras tanto esfuerzo, ¿tiene interés en seguir al pie del cañón?
–Sí, pero solo sigo con herencias, ya no voy a juzgados desde hace ocho o diez años y no tengo que estar tan actualizada en las modificaciones de leyes. Antes llevaba civil, penal, algo de administrativo. En 1992, mi hija mayor, Covadonga, acabó la carrera y enlazó enseguida, es muy muy muy competente. Tiene la inteligencia de su padre y es muy trabajadora como yo, tiene las dos cosas. Y con nosotros también está Cristina Muiños, lleva 29 años. Esto es un despacho de mujeres.
–Un orgullo que su hija siga la trayectoria de sus padres.
–Cuando mi hija Covadonga juró, su padre fue su padrino, estaba feliz feliz feliz. Cuando llegó a casa, se sentó en el sofá y me dijo: 'Charo, hoy es el día más feliz de mi vida', le solté un taco y le dije: '¿Cómo que es el día más feliz de tu vida si todos los días buenos los tuviste conmigo?', ríe, y me dijo: 'Sí, sí, pero ver jurar a mi hija es el día más feliz de mi vida'. Todavía la vio ejerciendo y vio que el despacho ya iba muy bien. Dios me echó mucho cable porque nos fue bien siempre. Tuve suerte y trabajé mucho, la verdad.
–¿Cómo sacó tiempo para estudiar la carrera con dos niñas pequeñas?
–Me costaba horas de sueño. Nunca me puse a estudiar hasta que no cenaban y se acostaban. Entonces me ponía tres o cuatro horas.
–¿Cómo ha cambiado la abogacía?
–En la época cuando yo empecé e incluso lo que sé de antes, la relación de los abogados era diferente. Si hacías una llamada y decías 'esto está arreglado', ya podía caerse el mundo. Si había un arreglo verbal con un compañero, se respetaba. A día de hoy, lo que escucho es: 'Oye, estábamos en conversaciones y me presentaron demanda'. En mi época eso no pasaba. Teníamos otra palabra, otra seriedad. De todas maneras, es una buena profesión.
–Una profesión que lucha por tener una buena jubilación. Usted en San Ivo reclamó una solución.
–Eso es muy preocupante. La Mutualidad de la Abogacía es una ruina. Mi pensión es una cantidad ínfima. Están ahora luchando para que los absorba la Seguridad Social o a ver en qué forma se soluciona ese problema y que la gente se pueda jubilar. Este mes hay la junta ordinaria de la Mutualidad y tratarán este tema, y los representantes de los diversos colegios reivindicarán esto. Hay que solucionarlo.
–Esta semana salían a la calle jueces y fiscales.
–Es es un horror. Está todo tan politizado..., eso está causando mucho perjuicio y mucha desconfianza en la judicatura. Ver a un fiscal, al fiscal general del Estado imputado, es vergonzoso.
–Los del turno de oficio han luchado mucho también.
–Hubo épocas en las que se retrasaban muchos los pagos; ahora se organizaron y pagan bastante puntual. Yo creo que la gente está en el turno de oficio está por lealtad, porque a veces llevas un pleito que levanta 10 centímetros de papeleo y te pagan 250 euros. Eso nunca compensa. Hubo una época que fue gratuito.
–¿Qué le parece la situación de los juzgados en Oviedo, dispersos en ocho sedes y sin lograr aún la ansiada reunificación?
–Protestan muchísimo los que están ejerciendo. Están desesperados, porque de repente están en la calle Rosal y a los diez minutos tienen que estar en otro sitio. Ese asunto es de urgencia. Concentrarlo en Llamaquique está bien y llevar facultades al viejo HUCA, pero eso está hecho una ruina, un basurero, y no sé por qué tienen esa lentitud en resolver.
–¿Es cierto que le llegaron a regalar una vaca ?
–Sí, ríe, cierto. José Ramón estaba activo todavía. El cliente tenía varios negocios, una gran ganadería y bares, y José Ramón le llevaba la asesoría de todo eso. Eran muy amigos, y el cliente que se llamaba Manuel le decía: «Me cobras una vez y siete no, y esto no puede ser». Él sabía que mis padres tenían una pequeña ganadería donde yo nací y se presentó allí un camión con una vaca. Mi padre, que entonces no había teléfono en casa, fue al bar a llamar: 'Oye, que hay aquí un camión que me trae una vaca, ¿qué hago?'». 'Pues nada, tú déjala ahí, que ya suponemos de quién es', y efectivamente era de ese señor. Regalos extraños, muchos. Quizá por ser abogados de pueblo –él era de Las Regueras y yo, de al lado– y tenemos muchos clientes de la zona. Tuve veces de tener seis o ocho pollos para la Navidad.
–Su primera vez en el Supremo fue un triunfo.
–Fue cuando salió una nueva ley de arrendamientos rústicos y los arrendatarios históricos, que llevaban muchos años en las caserías, podían acceder a comprar la casería a un precio tasado. Eso fue un revulsivo para los pueblos. Llevé uno de los primeros casos de Asturias, de una gente de Las Regueras, de El Escamplero, clientes nuestros de toda la vida. Estábamos muy preocupados, queríamos que nos saliera bien la cosa, y nos salió mal en el juzgado en Primera Instancia. Lo apelamos a la Audiencia y lo volvimos a perder. Y sin decírselo a ellos, por nuestra cuenta, lo llevamos al Supremo. No les íbamos a cobrar nada, un último intento. Cuando entré en el edificio del Tribunal Supremo, lo hice temblando, te impone mucho. En frente, el mejor abogado civilista de Asturias, por supuesto, y de España posiblemente. '¿Estás nerviosa, 'Balbi'?', 'Sí, estoy nerviosa'. Y me dijo: 'Mujer, el pleito lo traes perdido, viniste a dar una vueltina con José Ramón a Madrid'. Así que si estaba como un flan, más, pero me salió bien en el juicio. Lo gané.
–Asegura que el fax fue uno de los grandes adelantos que recuerda.
–Fue un paso de gigante, hasta ahí los procuradores traían en mano las sentencias. Antes, tenías que hacer la demanda con papel copiativo, porque tenías que hacer la demanda principal, la del fiscal, una copia para ti... era con aquel papel calco.
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