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KAY LEVIN
Viernes, 11 de enero 2019, 01:19
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Hay minas rodeadas de oro azul, porque van por debajo del mar, o con 4.000 años de antigüedad. Algunas ansiadas por Daenerys Targaryen en 'Juego de Tronos', otras escondidas en lo alto de los Picos de Europa, todas ejemplos de una profesión que marcó la historia de Asturias. El reciente cierre de los pozos en el Principado, todos menos el de San Nicolás, es también una oportunidad para redescubrir la nueva vida de estos parajes como alternativa al turismo tradicional.
Un recorrido que podría comenzar por los Lagos de Covadonga, que no solo presumen de paisaje. En lo alto de la montaña, cerca del Ercina, se encuentra el pozo de Buferrera, del que se extraían minerales como manganeso, mercurio y hierro, llevados inicialmente en asnos.
También se puede uno sumergir en los orígenes en Arnao (Castrillón), donde se sitúa el Museo de la Mina de la explotación de carbón más antigua de la península ibérica. Asimismo, tiene la única mina submarina de Europa, y un pueblo obrero tan cosmopolita que alojó a los primeros ingenieros belgas en la comarca.
Si quiere meterse en la piel del minero, el Pozo Sotón permite vivir en carne propia la experiencia, pues allí el visitante descenderá junto a guías mineros por un pozo de más de 550 metros de profundidad. Pagará con sudor, pues le pondrán a picar una veta de carbón en este lugar declarado Bien de Interés Cultural.
Relativamente cerca, en la cuenca del río Nalón, corre el tren carbonero que ahora transporta a los turistas desde el Ecomuseo minero del valle de Samuño. Una visita recomendable para toda la familia por los vestigios que ha dejado la minería en el valle desde 1840. Posteriormente, un ascensor o 'jaula' les bajará al histórico pozo San Luis.
En caso de preferir una visita más completa y didáctica, visite el Museo de la Minería y la Industria, en El Entrego, al lado del pozo de San Vicente, que fue en su día todo un ejemplo de autogestión. El centro incluye una recreación muy popular en la que se dota de equipamiento real al visitante para realizar un itinerario bajo tierra, en el que se explica desde cómo se creaba la estructura de las galerías a los explosivos utilizados.
Una cita con la prehistoria espera en Texeo, en Riosa. Los brazos de L'Angliru acogen un yacimiento milenario de cobre, de hace 4.000 años. Entre bocaminas y galerías más modernas, se puede hacer una ruta desde Llamo y por Rioseco.
No tan alto tendría que subir la 'madre de dragones' de 'Juego de Tronos' para alcanzar el ansiado Trono de Hierro, que bien podría estar forjado en la ensenada de Llumeres. Las ruinas de la que fue la mina de hierro más productiva de Asturias, abierta por los romanos, se enmarca aquí en un acantilado a la orilla del Cantábrico. Se puede recorrer la Senda Norte para explorarlo y completar la jornada disfrutando del paisaje en el aledaño Cabo de Peñas.
Todas estas historias confluyen, como ríos de recuerdos de una época no tan lejana, en el concejo de Muros de Nalón, donde desemboca el río homónimo en cuyos márgenes se hallan varias de las localizaciones que les recomendamos. Este enclave marítimo conserva un trozo del orgullo minero de la región, ya que, entre otros, aquí están el antiguo puerto carbonero (el más grande de España), las grúas y los cargaderos que fueron tan importantes para la industria de las cuencas hulleras. En los alrededores, para terminar, se puede disfrutar de los apacibles bares que inundan el último horizonte que veían los barcos de carbón al partir de Asturias.
Un toque diferente aporta la visita al Museo del Oro, en Navelgas. Este centro aborda la historia del preciado metal en el Principado, desde la apertura de las minas romanas, en un viaje que repasa sus usos simbólicos y religiosos, así como su papel en la tecnología y la medicina actuales. Ofrece un paseo por la ruta bautizada como la Huella del Oro, que explora los paisajes donde se explotaba este mineral.
Un compendio ideal de lo que representa este oficio se manifiesta en el poblado minero de Bustiello (cuyas instalaciones reabrirán a mediados de febrero). En él se observa cómo era la vida diaria de los trabajadores de la mina en su época, en una urbe diseñada a tal efecto hasta el detalle y reconocida como epítome del 'paternalismo industrial'.
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